Un cuento de Navidad

Hola, soy un almendro que vive en las faldas de la Sierra Aitana, en el Valle del Río Guadalest. Tengo más de cincuenta años, casi sesenta. Me plantaron en una parcela mediana junto a cincuenta almendros más en un día muy frío de un diciembre de principios de los años sesenta. Nací de una almendra de la misma parcela que hicieron germinar en casa mis dueños entre algodones.

Pasé a un patio en el que me pusieron en una maceta y me injertaron antes de plantarme en el campo de una variedad que les dieron unos vecinos a mis dueños. Resulta que cuando me plantaron en el campo me di cuenta de que soy de la misma variedad que mis vecinos de parcela, ¿quizá seamos hermanos?

Durante los primeros años de mi vida me cuidaron como el bebé que era. Me liberaron de la competencia de otros vegetales, primero arando con un precioso mulo de color negro y, después, con varios tractores, cada vez más. Me regaron en verano y me conformaron para que pudiera producir cuando fuera adulto.

Desde que soy adulto produzco gran cantidad de almendras, a pesar de que algunos años el frío o la sequía han menguado mi capacidad de esfuerzo. Por lo que oigo decir a mis dueños, junto con mis hermanos, he colaborado en que ellos pudieran tener, primero, electricidad y agua corriente, después, una casa más cómoda, e, incluso, un vehículo como los que tiene sus parientes de la ciudad. Pero de todo lo ocurrido durante estos años, de lo que está más orgulloso mi dueño (no para de decirlo cuando nos vemos), es de que hayamos colaborado a la educación de su hijo; siempre que nos vemos dice lo mismo: “si no hubiera sido por vosotros nada sería igual, no podría haberme permitido dar a mi hijo un futuro mejor que el mío.

Desde hace dos años el hijo de mi dueño tiene un hijo. Ya lo hemos visto andar entre nosotros. Es muy pequeño y necesita protección como yo cuando me plantaron. Al principio todo era alegría, mi dueño no paraba de reír cuando venía a vernos y su hijo igual. Pero desde hace unos meses, desde el último calor, todo ha cambiado. Mis dueños están muy tristes. Al principio no entendía nada, ¿habré hecho algo que no está bien? ¿Mi producción no será la adecuada? ¿El pequeño no estará sano? Pero, poco a poco, me he ido enterando de lo que está pasando. Ellos no lo saben pero yo les oigo y les entiendo: resulta que un vecino mío está enfermo, muy enfermo, y va a morir, es un vecino que casi no alcanzo a ver desde donde estoy, pero sé desde hace mucho tiempo que no estaba bien. Pero ahora no paran de visitarnos extraños que no conocen a mis dueños, nunca hablan con ellos. Estos extraños que no nos conocen dicen que tenemos que morir todos porque mi vecino está enfermo. No llegó a entenderlo. Estoy sano y mis hermanos de alrededor también están sanos. Hemos tenido este año una gran producción. Yo, como supongo que todos, quiero morir cuando no esté bien, no ahora en plena madurez.

Hola, soy Adolfo Rives, portavoz de la Plataforma de Afectados de la Xylella Fastidiosa en Alicante (AXFA) y dueño del almendro de este cuento de Navidad (publicado el 18 de diciembre en agrodigital.com) que, desgraciadamente, no es un relato ficticio, sino la realidad que cientos de agricultores estamos viviendo desde que se conociera la existencia de la bacteria Xylella Fastidiosa en las comarcas de la Marina Baixa, Marina Alta y el Comtat.

Quiero deciros, lectores, que este cuento es nuestro triste día a día.  Que, si existe un sentimiento generalizado entre los agricultores de las zonas afectadas por la bacteria, es el del desamparo. Casi se nos ha culpado a nosotros de que la Xylella haya llegado a nuestra provincia y, de entre las pocas opciones que nos ha ofrecido la Conselleria de Agricultura, sentimos que solo nos queda sentarnos en una silla y ver cómo nos arrancan los almendros, cuando no hemos sido nosotros los que hemos traído esta plaga.

A día de hoy no se nos ofrecen soluciones viables: no tiene sentido continuar destruyendo y arrancando. Las indemnizaciones “prometidas” son irrisorias, no hay un plan de replantación, no hay un estudio válido de cómo está afectado a las abejas los tratamientos con insecticidas de amplio espectro que se están haciendo en las zonas donde se detectan árboles infectados y, sobre todo, no vemos intención política de hacer planes a corto y largo plazo para garantizar la sostenibilidad de la zona.

Pero si algo caracteriza a las gentes de las comarcas de la Marina Alta, Marina Baixa y El Comtat, zonas del interior de la provincia y, sobre todo, al gremio de la agricultura, es el carácter luchador, el no darse por vencido, el derribar obstáculos y el luchar por lo que uno cree hasta que nos queden fuerzas. Y no hay convicción de la que estemos más seguros que arrancar árboles sanos y almendros de secano es un atentado ecológico, paisajístico y una aberración, que puede destruir nuestros pueblos más preciados.