Tres claves en la doma del caballo

El caballo, un poderoso animal con un gran instinto de huída, ha evolucionado a lo largo de la historia gracias al proceso de domesticación, para convertirse en una útil herramienta para el ser humano.

Los caballos hicieron sus primeras apariciones en el arte del paleolítico, pero se cree que la domesticación no fue hasta el 3500 a. C en Kazajistán. Desde el caballo de guerra, el animal de carne, el medio de transporte, hasta el atleta actual, además de la domesticación, ha sido y es fundamental su doma.

Cada día es más la información que se posee acerca de la fisiología animal y de las nuevas técnicas que resultan beneficiosas para el caballo y sobre el alargamiento de su vida útil.

Ahora bien, debemos hacer una diferencia entre “desbrave” y “doma”. Antiguamente, se denominaba “domado” a aquel caballo que no intentaba librarse del peso de su jinete, acto muy instintivo de protección de las zonas cervical y dorsal, tan susceptibles de ser atacadas por posibles depredadores.

Pero el proceso de doma es algo mucho más complejo. La doma, bajo mi punto de vista profesional y en base a mi experiencia, es un largo y sacrificado pero muy satisfactorio camino  que caballo y jinete deben recorrer juntos y que no termina nunca, pues siempre se puede mejorar y pulir esta compenetración entre el binomio mencionado.

El potro, en el inicio de su doma, es alegre, amable y siempre dispuesto a colaborar, es un tesoro que debemos moldear con sumo cuidado, pues una mala experiencia será fatal, dado que aprenden muy rápido, tanto positiva como negativamente. Son numerosos los tipos y métodos de doma existentes y optaremos por el más adecuado según la disciplina que vayamos a realizar. Sin embargo, todos ellos tienen tres claves en común que debemos seguir si queremos realizar un efectivo y exitoso trabajo.

En primer lugar, la clave es que el caballo esté calmado, sólo así lograremos una buena compenetración. En la doma, la aceptación del jinete por parte del caballo comienza siempre pie a tierra, donde el jinete deberá ganarse su confianza sin arreos, a través de la voz, el contacto y la tranquilidad. Los caballos tienen muy buena memoria. No es raro ver caballos de gran premio con un nivel de doma muy elevado en competición, totalmente mecanizados, cuyos jinetes no son capaces de controlarles fuera de pista, dado que su doma como tal, es nula.

En segundo lugar, el caballo debe ser flexible, equilibrado a ambas manos, aceptar las ayudas del jinete desde la tranquilidad e ir recto, es decir, debemos conseguir un caballo que trabaje como un todo, sin separar su tren delantero del posterior, para evitar futuros problemas.

En tercer y último lugar, el caballo debe ir hacia adelante, con ganas de avanzar, activo, confiado, con voluntad de trabajar, algo que muchas veces pierden por una doma mal ejecutada o un jinete incompetente.

Calmado, recto y adelante, tres pilares que un gran maestro, Don José Sureda, me enseñó y que deberían ser el ABC de cualquiera que practique el arte de la doma, evitando todo aquello que impida que el caballo vaya calmado, recto y adelante, pues será un error de método.

Siempre convenciendo y nunca sometiendo, para lograr el control del caballo, será el jinete el que primero deba lograr el control real de sí mismo.

Ángeles Melgar Bautista.

Ingeniero agrónomo

Profesora de equitación y amazona.