Si no lo leo… no lo creo
Leía el otro día, con gran atención y no sin sorpresa, unas manifestaciones realizadas por don Emilio del Rio, Portavoz de Agricultura (¡atención a este detalle!) del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados, y difundidas en diversos medios (y parto de la base de que se ha publicado lo que realmente fue expuesto).
Entiendo, y creo que todos estaremos de acuerdo, que en razón del importante cargo institucional que ocupa, el señor del Río debería conocer en profundidad todo lo que atañe al sector agrario.
Pues bien, don Emilio se declara manifiestamente favorable al TTIP aduciendo que “será muy positivo para el conjunto del sector agrario” (menciona las exportaciones españolas de este sector primario a los EE.UU., recuerda el potencial de aquel mercado, etc.).
También matiza, digámoslo todo, “que no apoyan cualquier acuerdo” (¡solo faltaría!) y “que la Comisión ha señalado que sólo se va a negociar en aquellos aspectos dónde haya unos mismos objetivos” y para acabarlo de “redondear” afirma que: “la Unión Europea no va a modificar las normativas que tenemos, por ejemplo, en lo referente al tema de los OGM o de las hormonas”.
Aquí, el señor portavoz ha olvidado que el verdadero problema es el inverso: la Unión Europea aceptó desde el inicio de las negociaciones del TTIP, como tantas veces lo he puesto de manifiesto, el “modelo norteamericano de producción agrario (agrícola y ganadero) con todas sus peculiaridades”. ¡Aquí está el problema!: se trata de dos marcos regulatorios (UE-28 – EE.UU.) significativamente distintos.
Por esta razón, si se firma del TTIP bajo las actuales coordenadas de negociación, va a suponer, en mi opinión, sí o sí, un gran impacto negativo para toda la cadena productiva del sector agrario de la UE.
Nuestros agricultores y ganaderos, inmersos en el “Modelo Europeo de Producción” tendrán que asumir la aceptación, insisto, por el simple hecho de formar parte de la Unión Europea, de unos modelos productivos norteamericanos con unos significativos menores costes de producción.
Y esto es así porque ellos se pueden apoyar en la aplicación de un conjunto de normas mucho más laxas que las nuestras en lo que se refiere, por ejemplo, al uso de antibióticos, de hormonas de crecimiento; del tratamiento de canales de pollo con cloro o de la consideración de las cantidades mínimas de residuos, etc., lo que a su vez puede generar finalmente impactos en la propia Seguridad Alimentaria.
Como muestra un botón: tal y como ha manifestado reiteradamente la señora Debbi Barker (que es nada menos que la Directora del Centre for Food Safety de los Estados Unidos de Norteamérica) “en los EE.UU. hay un problema serio de resistencia a los antibióticos; parte de la culpa de esta situación la tiene el abusivo uso continuado de fármacos en la producción pecuaria”.
Con base en todo lo expuesto: ¿dónde está la positividad? Y, por favor, no me vengan con la milonga de los periodos transitorios, de las cantidades de referencia y demás zarandajas.
La verdadera solución, que no nos quepa duda alguna, está en sacar al sector agrario del TTIP, siguiendo la senda que nos ha marcado Canadá. Es, en mi opinión, la única forma de no hipotecar negativamente el futuro agrario de la Unión Europea.
Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
ETSI Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas.
Universidad Politécnica de Madrid.