Si defraudas eres la leche
Dicen que el futbol sustituye al circo en lo que a entretenimiento del vulgo se refiere y mucho me temo que la frase no anda errada si nos atenemos a la situación de estos días donde el país se paraliza frente al televisor para seguir las proezas de los nuevos héroes e el mundial proyectado a honra de Putin.
A mí, personalmente, el futbol no me atrae lo más mínimo, sólo veo los partidos en que juega mi hijo, y además, estos últimos días ando algo enfadado al comprobar las proezas de Cristiano Ronaldo y que en este país, donde un ministro se ha visto obligado a dimitir (en mi opinión, no tenía otra alternativa posible) tras conocerse que fue sentenciado a pagar a la Agencia Tributaria un total de 365.939 euros por utilizar una empresa interpuesta para pagar menos impuestos entre 2006 y 2008, en esas mismas fechas, un futbolista como CR7 ha propuesto a la Abogacía del Estado aceptar una condena de dos años de prisión y el pago de una multa de 18,8 millones de euros para así, cerrar la causa abierta en su contra por un presunto fraude fiscal de 14,7 millones de euros. ¡Casi ná!
Como se imaginarán, mi indignación es con esos miles o millones de personas que mientras se quejan porque no haya fondos para impulsar medidas sociales, al mismo tiempo, son capaces de perdonar, amparar y mirar para otro lado ante las tropelías del futbolista, única y exclusivamente, porque es un as con el balón. Mientras la Federación y liga profesionales se soliviantan por pitar al himno, son incapaces de llegar a un acuerdo entre todos los clubes para impedir el fichaje de cualquier jugador y/o entrenador que sea un defraudador a la Hacienda, ósea un defraudador a todos nosotros. ¿Pues que quieren que les diga? Todo lo que nos ocurre, o casi todo, nos lo tenemos más que merecido.
Como les decía, yo solo veo los partidos que juega mi hijo y con ese objetivo asistí hace un par de semanas a un torneo que se jugó en Rodez (Francia), una pequeña ciudad digna de visitar en el departamento de Aveyron, y fue justo en el desayuno cuando pude observar que los yogures ofrecidos nos mostraban la imagen de unos productores bajo el lema “nuestros ganaderos se comprometen” y se incluía un logo que informaba sobre la procedencia 100% francesa de la leche utilizada. Un pequeño gesto que, a mí al menos, me parece positivo e ilustrativo de iniciativas a impulsar para fomentar el consumo del producto local.
Los consumidores franceses, según he podido leer en la prensa especializada, prefieren la leche que procede de Francia y esta actitud ha permitido que entre 2015 y 2017, tras la entrada en vigor en el año 2014 de un logotipo que así lo acredita, las importaciones de leche en Francia se hayan reducido en un 45% puesto que para 8 de cada 10 franceses, el origen francés es una garantía de calidad. Aquí mientras tanto, como somos más papistas que el propio Papa, nos vemos obligados a “convivir” con una Comisión Nacional de Mercado y Competencia (CNMC) que ha elaborado un informe, a petición del Ministerio de Agricultura, sobre el Proyecto de Real Decreto relativo al etiquetado del origen de la leche como ingrediente en el etiquetado de la leche y los productos lácteos y una vez más, la CNMC, actuando como zorro que cuida las gallinas, considera que la obligación de incluir información sobre la procedencia geográfica de los productos puede ser relevante para el consumidor, pero también puede constituir una restricción a la libre circulación de mercancías y, por tanto, a la competencia efectiva. Los incompetentes de Competencia opinan que este tipo de medidas pueden tener un efecto proteccionista con la industria nacional, contribuyendo a compartimentar el mercado por zonas geográficas.
Piensa la CNMC, en deducción del informe redactado, que obligar a las industrias a citar el origen de su leche perjudica al consumidor final en tanto en cuanto se reduce la competencia, sin caer en la cuenta que con esta decisión salomónica de Competencia lo único claro es que la industria y distribución, al menos a parte de ella, pueden seguir con el juego de hasta ahora puesto que son ellos los verdaderos interesados en que no se sepa a ciencia cierta el origen y procedencia de sus productos para así, en función de las ofertas, en función de cómo de llenos estén los almacenes y en función de los precios de los proveedores, cambiar y recambiar de leche sin tener que dar explicación alguna al consumidor final.
Escuché al profesor Raúl Compés decir que la trazabilidad es la vía moderna que tienen los amos de la cadena agroalimentaria de controlarla e imponer sus criterios a los eslabones más débiles y vulnerables y aun estando radicalmente de acuerdo con sus palabras, no es menos cierto que debemos reorientar las políticas de trazabilidad en beneficio de la colectividad, del conjunto de la cadena alimentaria y de los consumidores finales por lo que, en esta tesitura, sigo con atención el fenómeno de la tecnología ‘blockchain’ que nos ayuda a conocer el recorrido exacto que hacen los alimentos y los procesos que sufren puesto que según lo que podido leer, esta tecnología nos permitirá (quizás sea más exacto decir, nos permite) conocer con exactitud la procedencia de los alimentos, conocer su fecha de producción y muchos datos más (por ejemplo, si contiene OGM, las condiciones laborales, etc.).
La cuestión, como en todos los procesos tecnológicos, están en saber quién y para qué se impulsa determinada tecnología, ósea, si ponemos la tecnología al servicio de los poderosos o si la orientamos para mejorar la vida de todos y cada uno de los eslabones de la cadena, incluidos, cómo no, los consumidores a los que, de ninguna manera, debiéramos defraudar.