La aplicación de la tecnología CRISPR en el sector agroalimentario

Como es bien conocido (entre otras razones por el “ruido mediático” que ha generado), en los últimos 25-30 años se han desarrollado, en el ámbito de la mejora genética, vegetal básicamente (aunque desde hace unos años también ha pasado en el mundo animal”), metodologías que hacen uso de la biotecnología moderna. Con su aplicación se obtienen plantas con características deseadas, en mucho menor tiempo de lo que se requiere en la naturaleza, gracias al uso de la ingeniería genética.

Un paso adelante se ha dado en el mundo de la mejora genética cuando se han empezado a aplicar técnicas de edición génica que pueden producir cambios precisos y controlados de las secuencias génicas a partir de un sistema de enzimas de restricción.

Este sistema se espera que genere, en el curso de los próximos años, una nueva y muy importante revolución biotecnológica y aporte modificaciones sustanciales al desarrollo de muchos cultivos e, incluso, de los alimentos.

Me estoy refiriendo a la denominada técnica CRISPR (clustered regularly interspaced short palindromicrepeats o repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas, de su traducción del inglés).  La verdad es que es un tema que, por pura curiosidad intelectual, me apasiona y llevo varios años leyendo e intentando entender todo lo que cae en mis manos sobre la tecnología CRISPR.

Para exponerlo de una forma muy sencilla: esta técnica funciona en la naturaleza (por lo tanto no es ningún invento maquiavélico de los científicos) como un sistema inmune adaptativo microbiano para protegerse de ADN exógeno. Este proceso fue descrito por primera vez en el año 1987 y se ha descubierto que puede facilitar la manipulación de genomas eucariotas para obtener cambios en sitios específicos del ADN y, aquí está la clave, generar organismos con unas características deseadas.

Es decir, la tecnología CRISPR es una herramienta en la edición del genoma que actúa como unas tijeras o bisturíes moleculares capaces de cortar cualquier secuencia de ADN del genoma de forma específica y permitir la inserción de cambios en la misma.

En la práctica, la aplicación de esta tecnología, que aún está en fase de perfeccionamiento al día de hoy, pero que ya ha alcanzado notables cotas de aplicabilidad, se fundamenta en el almacenamiento de pequeños segmentos de ADN de otros organismos, que son usados como memoria y que le permiten a la célula defenderse de nuevos ataques. Así, cuando la bacteria es atacada por un ADN exógeno, la maquinaria celular interna actúa como la mencionada defensa, corta el ADN e integra un segmento de mismo en el locus CRISPR.

No hace falta mencionar el hecho de que esta la utilización de la técnica CRISPR permite o puede permitir a los investigadores alterar, con una relativa facilidad y de forma económica, las secuencias de ADN y modificar la función de los genes (lo cual, evidentemente, puede tener en nuestro ámbito unas repercusiones hoy difícilmente imaginables en toda su extensión).

Así, por ejemplo, entre sus aplicaciones (muchas de ellas aún potenciales, pero que ya están a la “vuelta de la esquina”) van a incluir la corrección de muchos defectos genéticos, el tratamiento y la prevención de la propagación de enfermedades, la mejora de la productividad agrícola (por ejemplo, de los cereales o del arroz) y de ciertas bases animales.

Obviamente, la aplicación y desarrollo de la técnica CRISPR también plantea de entrada (al igual que sucede en el “mundo animal” con los Organismos Genéticamente Modificados) interrogantes de orden ético.

En este sentido, en mi opinión, es necesario que se actúe, desde todos los ángulos, con una gran transparencia, facilitando sin ocultamientos (porque nada tiene esta técnica que ocultar) una información que sea inteligible para el consumidor medio.

Es fundamental que el consumidor medio pueda entender que se trata de una técnica que surge de la propia naturaleza y que, si se aplica adecuadamente, puede ser de una enorme ayuda para una humanidad que no para de crecer, por lo que cada día va a ser más complejo que se pueda alimentar como merece su dignidad de ser humano.

Carlos Buxadé Carbó.

Catedrático de Producción Animal.

Profesor Emérito.

Universidad Politécnica de Madrid.