Profunda vergüenza ajena

Por una vez voy a empezar mi nota destinada a nuestro boletín de una forma totalmente inhabitual y, temáticamente hablando, muy lejos de lo que es “nuestro mundo”, pero, sinceramente, me duele el alma y no me resisto a escribir el siguiente párrafo al que antepongo mi total y más sincera solidaridad con la víctima.

Estoy completamente seguro de que este sentimiento mío de inmensa vergüenza, de total impotencia, de infinita tristeza que siento ante la que, para mí, es una bochornosa, inadecuada e inadmisible sentencia, dictada contra estos seres “irracionales” que conforman “La Manada”, es compartida por el 99,99 por 100 de las personas que nos hacen el honor de permitir que nuestro boletín llegue a sus ordenadores y por el 99,99 por 100 de todas aquellas que conocen el caso (sin ir más lejos, el pasado jueves, por la noche, me llamaron unos colegas desde Alemania para preguntarme cómo era posible que en la España del siglo XXI, en un Estado de la Unión Europea, puedan suceder algo así).

Pero, en realidad, antes de conocerse la mencionada sentencia, quería escribir acerca de otra cuestión (lamentablemente de contenido ideológico similar) y que me hecho sentir, amén de una ilimitada indignación, una profunda vergüenza ajena.

Me refiero a los execrables e inadmisibles ataques de una animalista que, desde mi personal punto de vista, debe tratarse de un ser absolutamente desequilibrado, primitivo y totalmente descerebrado (y/o que estaba bajo los efectos de algunas drogas), que utilizó su cuenta en Facebook para desear, entre otras cosas, la violación en grupo de una dama aficionada a la caza y a la tauromaquia.

Publicitó la mencionada “señora”, entre otras lindezas, la siguiente salvajada: “ojalá un día tu coño sea el motivo de diversión y de fiesta de una horda de salvajes. Ojalá mientras lloras pidiendo auxilio la gente les jalee para que sigan y aplaudan, ojalá cuando terminen y te claven una estocada al que lo haga le saquen a hombros del juzgado”.

Como he comentado reiteradas veces en mis clases, en mis charlas y en mis apariciones públicas, considero que, tal y como está la situación social y el nivel educacional medio que hay en España, sería muy de desear, por no decir que se me antoja absolutamente necesario, que la Fiscalía proceda a afrontar con urgencia a un significativo endurecimiento de las condenas por lo que son, sencillamente, delitos de odio y de incitación al odio (y a su violencia correlacionada) promovidos a través de las redes sociales para poder llegar rápidamente, en el caso de desmanes de esta naturaleza, a aplicar una “tolerancia cero”.

Creo firmemente que es absolutamente necesario poner definitivamente freno, de forma eficiente y eficaz, a todos los ataques de esta naturaleza que, muy lamentablemente, son cada vez más frecuentes y, a la par, más agresivos.

Unos ataques que vienen de lejos y, no se olvide, que van contra todos los colectivos que desarrollamos actividades profesionales, empresariales o lúdicas directamente vinculadas a unas bases animales útiles, que están perfectamente legalizadas y, por supuesto, reguladas (yo mismo, como ya he comentado en alguna ocasión, soy, con frecuencia, objeto directo de todo tipo de ataques entre otras cuestiones, por mis notas en este boletín; el otro día, sin ir más lejos, un “sumamente inteligente animalista” me calificaba de “cavernícola”).

Erradicar esta problemática es muy complicado, lo sé muy bien por propia experiencia.

Al igual que sé lo difícil que es, en nuestro medio agrario, eliminar las alimañas (RAE: alimaña = animal dañino para el ganado o para la caza menor).

Pero, por lo menos, habrá que buscar limitar sus daños directos y/o colaterales en los casos como el que aquí me ocupa y siempre en la medida que la legislación lo permita, si no queremos generar daños irreparables en nuestra sociedad al no respetar la aplicación del mínimo respeto exigible al Derecho Natural.

 

Carlos Buxadé Carbó.

Catedrático de Producción Animal.

Profesor Emérito.

Universidad Politécnica de Madrid.