Parásitos buenos

Hoy no vamos a hablar de virus, y mucho menos del Coronavirus que ha provocado más de 80 muertes hasta el momento por neumonía en personas en (Wuhan- ciudad de China con 11 millones de habitantes), que ha saltado de las serpientes a los humanos, ni tampoco del que creemos bien conocido Circovirus porcino, del cual se identificó en 2019 el tipo 4 en la provincia de Hunan (China). Hablaremos de parásitos. La parasitología dentro de las ciencias naturales fue un término que introdujo Latreille y fue aceptado por Leuckart y Raillet en 1886. Ya Hipócrates en el 400 a. de C. informó sobre los áscaris, tenias, quistes hidatídicos en cerdos y oxiuros, al tiempo que pocos años después Aristóteles refiere la cisticercosis porcina. El propio término parásito procede del griego que significa “para” junto a y “sitos” comida, aplicada inicialmente a costa de las ofrendas (parasiteo, comer a costa del Estado). El parasitismo es una modalidad de asociación entre seres vivos llamada simbiosis, que etimológicamente significa vida en común. Dentro de la simbiosis tenemos los dos extremos, el mutualismo y el parasitismo. El parasitismo es un camino de exploración escasamente cooperativo no habiendo confluencia de intereses entre los asociados, por lo que tan solo uno de ellos se beneficia del otro.

Son muchas las definiciones de parasitismo, y posiblemente cada uno de nosotros podría en su experiencia vital crear una referencia. Me permito mencionar la de Martínez Fernández y Cordero del Campillo que la definen como “una asociación heterotípica negativa, temporal o permanente, externa o interna, entre una especie, el parásito, normalmente más pequeña, menos organizada o de menor nivel zoológico y otra especie, el hospedador, mayor, más organizada. El parásito depende metabólica y evolutivamente del hospedador, vive a sus expensas- nutriéndose, estableciendo contacto e intercambio macromolecular-, con lo cual, de forma actual o potencial, ocasiona acciones patógenas o modificaciones del equilibrio homeostático del hospedador y de la respuesta adaptativa de su sistema inmunitario. El hospedador y su nicho forman el medio obligado del parásito, que sufre, explota y dirige su evolución”.

La intervención de parasitólogos españoles a nivel internacional siempre ha sido y continúa siendo notable, que es el “cuore” de esta columna. Hay en Córdoba una escuela secundaria y un busto en honor a Carlos Rodríguez López Neyra (1941) quien fue el fundador de la Revista Ibérica de Parasitología y de la Escuela de Parasitología Española, además de crear el Instituto Nacional de Parasitología del CSIC llamado hoy Instituto de Parasitología y Biomédica “López Neyra”. La primera Facultad de Veterinaria que contó con un catedrático específico de Parasitología fue la de Leon con Miguel Cordero del Campillo en 1963, quien alcanzó la presidencia de la Federación Europea de Parasitólogos – EFP y fue miembro de honor de la Asociación Mundial para el Progreso de la Parasitología Veterinaria – WAAVP. Junto con Francisco Rojo Vázquez, a quien destaco también como mi profesor, escribieron en 1999 junto a otros eminentes parasitólogos el volumen de casi 1000 páginas titulado Parasitología Veterinaria (Martínez Fernández, Sánchez Acedo, Hernández Rodríguez, Navarrete López, Diez Baños, Quiroz Romero y Carvalho Varela). Podríamos mencionar una larga lista de compañeros destacados, que no nos permite la extensión de esta columna, lo que no es óbice para que desee dedicarla especialmente a la compañera y actual catedrática de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid Guadalupe Miró Corrales, experta mundial en leishmaniosis, que ha sido reconocida internacionalmente a nivel científico al haber sido puesto su nombre a una nueva especie de parásito llamado Theileria lupei, al haber proporcionado las evidencias moleculares, filogenéticas y morfológicas.

“El que malas mañas ha, tarde o nunca las perderá” dice el adagio. Los malos no enmiendan nunca. Pedro Antonio de Alarcón (El escándalo, 1875-91)

Por Antonio Palomo Yagüe – ADM SETNA