No hay pescado grande que pese poco
Cada vez que voy a Francia, sea por el motivo que sea, lo reconozco, vuelvo con un sentimiento agridulce; dulce al comprobar el respeto con el que se trata a los agricultores y el apego al terruño y a sus productos alimentarios y agrio, por otra parte, al recordar la falta de aprecio por nuestros productos alimentarios y, por qué no decirlo, el desprecio con el que aquí nos referimos a las gentes del campo.
Soy consciente de lo cansino que puedo llegar a ser pero mientras en el país galo ya llevan casi 2 años con un decreto que obliga a etiquetar obligatoriamente el origen de la leche, lo que ha provocado que las importaciones hayan descendido en un 45%, en el estado español este paso no se ha dado hasta hace unos 15 días y veremos qué ocurre cuando entre en vigor dentro de 4 meses y cuál es el comportamiento de los consumidores, especialmente, de ese 88% que en las encuestas afirma que quiere conocer el origen de la leche que toma puesto que atribuye al origen cercano unos mayores parámetros de calidad.
Pues bien, siguiendo con la cuestión francesa, recientemente, en la bella localidad landesa de Vieux-Boucau, pude comprobar que la leche de marca de distribución (a la distribución no le gusta nada que la llamemos, marca blanca) estaba a 1,15 €/litro y que hasta la oferta más baja (la correspondiente a una segunda-tercera marca con la que intentan reventar el mercado y de paso, dejar a buen recaudo, la marca propia) estaba por encima del euro. Basta con echar un simple vistazo a los lineales de nuestros supermercados para observar la desigualdad de trato que se dispensa a un alimento tan básico e importante como es la leche, comprobando que una gran parte de la leche está por debajo de los 0,65 €/litro y si bien es verdad que existen marcas de reconocido prestigio cuyo precio supera este umbral, no es menos cierto que, lamentablemente, dichas marcas cada vez venden menos leche mientras la marca blanca se aproxima al 70% de las ventas de leche.
Mientras tanto, el precio abonado al ganadero, en el mejor de los casos, se mantiene congelado y en muchos sitios, cotiza a la baja; algunos inputs (electricidad, carburantes, fertilizantes,…) se disparan con lo que la ya de por sí fina rentabilidad se encoge y además, para más recoña, ese mismo conglomerado industrial-distribución que controla el mercado lácteo de cabo a rabo, con el ánimo de innovar y ofertar al consumidor novedades con las que hacer frente a la imparable bajada del consumo de leche da un paso al frente añadiendo una serie de exigencias, suplementarias a la ya de por sí exigente normativa europea, como son el certificado de bienestar animal en el caso de Leche Pascual, el certificado de garantía ganadera de Central Lechera Asturiana o el pastoreo y bienestar de Milbona de Lidl, ….
Esos llamamientos a estándares de calidad superiores a lo habitual se hacen, en su gran mayoría, a costa del ganadero que, salvadas las excepciones, sigue percibiendo el mismo precio que antes de la aparición del certificado y sin apenas poder lograr una rentabilidad que le permita vivir más holgadamente, con mayor calidad de vida y poder seguir invirtiendo en mejoras para que su explotación no se quede atrás.
En Francia, volviendo al inicio, podemos comprobar como salen al mercado iniciativas colaborativas entre ganaderos-industria-consumidores ofertando en los lineales una leche que cumple determinados parámetros de producción exigidos por el consumidor que, a la postre, asume el compromiso de abonar un precio superior por un brik que garantiza el “bienestar ganadero” dado que en su envase se recoge que el ganadero percibirá 0,44 €/litro. Un apunte, para que vean las diferencias de las que hablo, el precio medio en España, este mes de Agosto es de 0,314 €/litro.
Aun así, nuestra industria y nuestra distribución no tienen intención alguna en trabajar líneas que garanticen el “bienestar ganadero” sino que se empeñan en tranquilizar la conciencia de algunos consumidores que reclaman todo pero no quieren pagar nada, se afanan en exigir más condicionamientos al productor sin caer en la cuenta que todos estos requisitos suponen un mayor coste y se esfuerzan en salvar la cara de sus marcas con unos anuncios bien realizados donde aparezcan vacas felices, ganaderos con los mofletes rosados y con camisa de cuadros pero de pagar más para garantizar el bienestar ganadero, “rien de rien” (nada de nada).
En fin, para estos consumidores supra – exigentes pero infra- pagadores, recordarles la lapidaria sentencia de mi amigo Joxemari, gran maestre del sanedrín de la sabiduría que se junta cada jueves en nuestra sociedad gastronómica, que con su particular gracejo y honda sabiduría afirma: “No hay pescado grande que pese poco”.