La apicultura en La Alcarria del siglo XVIII

La historia de la Apicultura española moderna se ha centrado más en los avances de la biología de la abeja y en las propiedades y utilidades de sus productos (miel, cera, apitoxina, propóleos, etc.) que en un estudio territorial pormenorizado de la producción colmenera nacional.

 

Remontándonos al siglo XVIII, prosiguiendo el estudio hasta finales del siglo XX y atendiendo a los antecedentes históricos contrastados, situamos a Guadalajara en el punto de mira de un análisis longitudinal de su apicultura en todas las vertientes: productivas, territoriales y sectoriales (oficios apícolas y profesiones sanitarias, incluyendo la albeitería y profesiones afines). Desde esta compleja situación se puede constatar el liderazgo apícola de la actual provincia en el contexto nacional en el dilatado período definido.

Tras analizar el convulso marco histórico español del siglo XVIII y esbozar la geografía de Guadalajara en relación con la producción melífera, es imprescindible estudiar y analizar la ingente información que aporta el Catastro del Marqués de la Ensenada (1949-1957).

Comercio de productos apícolas en siglo XVIII (tomado de Guy de Lemenieur). Como puede observarse, La Alcarria constituía una verdadera encrucijada comercial en el desierto castellano, azotado por las hambrunas, epidemias y emigración americana.

Si bien en la cultura árabe (la propia toponimia nos sitúa en ese período) ya se daban sobradas razones de la calidad de la miel de la comarca más apícola de Guadalajara, fue en el siglo XVII cuando abundaron las referencias a los conocimientos apícolas de regiones colindantes con Guadalajara — entre las que sobresale la obra del aragonés José Gil– y de la propia comarca de La Alcarria, donde afamados autores encumbran por la calidad de sus enjambres y derivados a poblaciones como Peñalver o Pastrana, población donde el hermano Fray Francisco de la Cruz llevó a cabo una ingente labor colmenera.

Sin embargo, las apreciaciones dieron paso en el siglo XVIII a las constataciones, al dato conocido que adquiriere una dimensión estadística, un análisis matemático susceptible de comparación y seguimiento longitudinal. Y en la investigación objeto de mi tesis, el catastro de Ensenada me confirmó cuantitativamente los asentados conocimientos cualitativos de siglos precedentes.

Del inventario de las 22 provincias castellanas, sin olvidar otros estudios complementarios, concluimos que Guadalajara fue tierra muy fértil para la actividad apícola por su rica y abundante flora melífera –“alcarrias”–; que precisamente La Alcarria era punto de destino para apicultores españoles que practicaban la trashumancia (desde Valencia y otras comarcas de la actual Comunidad de Castilla-La Mancha). También que, si bien los suelos alcarreños eran pobres, mostraban, en cambio, una gran diversidad forestal y matorrales extensos adornados con muy diversas especies, cuyos suelos bañados por las cuencas fluviales del Tajo y sus afluentes (Tajuña y Henares) rendían un aprovechamiento agrícola centrado en el cultivo de cereales de secano. También el sector ganadero de carga (asnal y mular) proporcionaba un valor añadido a unas altiplanicies donde el desarrollo apícola suponía un complemento económico de primera magnitud.

Si en el período álgido del siglo XX Guadalajara superó ligeramente las 30.000 colmenas, mucho antes, en el XVIII, llegó a albergar unas 60.000, de las cuales prácticamente 30.000 se localizaban en La Alcarria, comarca que abanderaba asimismo el mayor número de oficios relacionados con el sector (mieleros, cereros, confiteros, alojeros y aguardenteros), a la vez que también ocupaba una posición preponderante en relación con las profesiones sanitarias (médicos, albéitares, herreros, herradores, boticarios y cirujanos). Mientras, la maquinaria cerera y los alambiques predominan en el Señorío de Molina de Aragón.

En relación a los propietarios, La Alcarria ocupó una posición destacada junto con la Sierra Norte; la inmensa mayoría de ellos pertenecían al estado laico, de lo que se deduce que el interés de los eclesiásticos por la apicultura fue escaso y ello probablemente obedeció al factor capital de poseer las mejores tierras.

Asimismo, el mayor número de colmenas de La Alcarria, más del 90 por 100, se concentraron en los municipios, que, en buena lógica, ofrecieron el mayor beneficio colmenero. Mientras, en el Señorío de Molina de Aragón, por ejemplo, los corchos se ubicaron en un 25 por 100 en entidades municipales menores (pedanías, aldeas y lugarejos). También destacamos que las colmenas de origen indeterminado fueron escasas en La Alcarria, mientras abundan en otras comarcas tales como la Sierra Norte, donde el número de vasos de origen indeterminado asciende al 25 por 100 del total de su geografía.

Aun con las reservas debidas, dadas las fluctuaciones en los precios de la cera, miel y enjambrados entre las diversas localidades y comarcas, si partimos del número de colmenas como elemento capital para determinar la riqueza apícola provincial, deducimos fácilmente que La Alcarria acaparaba en siglo XVIII el 50 por 100 de la misma, seguida a la par por el Señorío de Molina de Aragón y la Sierra Norte de Guadalajara. En tanto que en la Campiña la actividad colmenera fue siempre escasa.

Anna García Codina

Doctora en Veterinaria