Europa y el hambre en el Mundo

En el último informe del organismo de la ONU, se pone de manifiesto que, a pesar de algunas informaciones, la realidad es que el hambre en el Mundo sigue aumentando y alcanza una cifra muy cercana a los 825 millones de personas.

En ella se incluyen más de 150 millones de niños que sufren retraso del crecimiento por culpa del hambre que pasan. Obviamente, estas cifras (que la FAO eleva a 1.000 millones) ponen en tela de juicio el optimista objetivo de erradicar el hambre en el Mundo.

El hambre, como destaca el informe, ha aumentado en los últimos tres años, volviendo a niveles de hace una década. La situación está empeorando fundamentalmente en América del Sur y en la mayoría de las regiones de África. Por otra parte, noticia positiva, la tendencia decreciente de la subalimentación que caracterizaba al Continente Asiático parece estar ralentizándose de una manera significativa.

Como es conocido, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas plantea alcanzar el Hambre Cero en esta fecha y cuenta con la acuicultura como una de las vías para poner fin a la pobreza, el hambre y la malnutrición y garantizar el acceso universal a la atención sanitaria.

En este contexto se debe señalar que, efectivamente, en principio, la acuicultura (suma de la marítima y la continental) constituye uno de los sectores de la producción de alimentos que más ha venido creciendo en los últimos años.

Según datos publicados por la FAO, desde el año 1950 hasta la actualidad del año 2017, la producción acuícola ha crecido con unas tasas anuales de 8,2 por ciento; y, aunque en los últimos 15 años se ha desacelerado esta evolución, sigue creciendo y lo hace a una importante tasa del 6,2 por ciento.

En este contexto, poniendo el epicentro en la acuicultura, hay que señalar que Europa (con un protagonismo relevante la Unión Europea) importa el 70 por ciento del total de los productos acuáticos que consume. Ello pone de manifiesto que Europa no es capaz de desarrollar unas adecuadas políticas que impulsen la producción acuícola local.

Como muy bien ha puesto de manifiesto “el Boletín de acuicultura mis peces”,
“Esta dependencia de lo que se produce en otras regiones nos convierte en cómplices (y culpables) de que no se reduzca el hambre en el mundo, ya que estamos poniendo a los acuicultores de estos países a trabajar para nosotros, aprovechando los bajos costes de mano de obra y zonas de cultivo, mientras que en Europa permanecemos con una producción acuícola estancada o, incluso, en ligero retroceso”.

Así es que, por ejemplo, las inversiones del sector público y también del privado en los Países Terceros productores de langostino, tilapia o panga, no suelen estar orientadas a reducir la pobreza y la inseguridad alimentaria estando mayoritariamente dirigidas al comercio internacional (y en gran medida a la exportación hacia Europa).

Es decir, en general, estas grandes producciones no están pensadas para reducir el hambre y la malnutrición de las poblaciones locales, que son extremadamente vulnerables.

Ante esta realidad, cabe pensar que, en el marco de la acuicultura (y ello puede ser aplicable a otros productos pecuarios como, por ejemplo, la miel), Europa debería aumentar significativamente sus producciones para poder ser independiente de las importaciones procedentes de los mencionados Países Terceros, aunque ello suponga lógicamente un incremento de los precios de venta al público de los mencionados productos en razón de la obligatoria aplicación en la acuicultura de la U.E. del modelo europeo de producción pecuaria.

La otra cuestión es saber cómo reaccionarían o reaccionarán los Terceros Países involucrados ante el cambio de los mercados internacionales.