ESENCIAL vs NECESARIO

El año pasado el Goya de Honor recayó en una mujer con una voz prodigiosa, la malagueña Marisol, que ya por los años 60 cantaba aquella canción “Soy un hombre del campo, de las mujeres bonitas y de los hombres valientes”, añadiendo, la coletilla, “el que me busca me encuentra”. Ya auguraba que nuestro sector porcino y agroalimentario en general, tendría gran enjundia y transcendencia en el siglo XXI. Bien se ha demostrado desde el comienzo de la pandemia que hemos sido capaces de abastecer de alimentos básicos a la población, siendo nominado como sector esencial para la sociedad. Quizás es que lo básico y lo esencial vayan al unísono, pudiendo concluir que, dentro de cualquier sistema piramidal, la base es la que sujeta la cumbre de la pirámide. De hecho, en las pirámides egipcias Keops, Kefrén y Micerino en Guiza, construidas 3.000 años a.C., las tumbas faraónicas estaban en la base. No me imagino para qué servirían nuestras granjas de bisabuelas si no tuviéramos granjas de producción, que por otra parte son la mayoría, lo que no quiere decir que las primeras no sean necesarias. Claro que entre necesario y esencial tenemos un trecho, y solo tenemos que irnos a su etimología. El adjetivo necesario hace referencia a una persona o cosa que hace falta indispensablemente para algo o que forzosa o inevitablemente ha de ser o suceder, aunque a mí personalmente me hace reflexionar más esa definición de necesario como dicho de una causa que obra sin libertad y por determinación de su naturaleza. El adjetivo esencial es relativo a la esencia, haciendo referencia a lo imprescindible o absolutamente necesario. Otrora, esencial está muy por encima de lo necesario. Bien sabemos que muchas cosas podemos creer que son necesarias, pero si nos paramos a pensar, a buen seguro, la mayoría serían prescindibles, mientras que esto no a lugar con lo esencial. Pongo el ejemplo de los aminoácidos esenciales versus los limitantes o los necesarios, pero no esenciales para una nutrición correcta. De los veinte aminoácidos que forman las proteínas, compuestos por un grupo amino y otro carboxilo, en porcino se entienden como esenciales aquellos que no pueden ser sintetizados por el cerdo o que se sintetizan de forma deficiente para cubrir sus necesidades de mantenimiento y producción, como la lisina, metionina, treonina, triptófano, fenilalanina, arginina y glutamina básicamente, pudiendo encuadrar como limitantes la cisteína, tirosina, valina y leucina. Convengo en significar que entre Marisol cantante y mi Marisol, es decir nuestra cabra enana como mascota en casa, la primera sería como mínimo necesaria, sino esencial, mientras que la segunda podría no ser imprescindible. Aprovecho para dedicar esta columna de opinión a la persona que nos regaló la Capra aegagrus hircus. Gracias Manolo y Familia.

 La antropóloga Edith Stein, religiosa carmelita, nacida en una familia judía un 12 de octubre en Polonia, y que pasó del ateísmo al catolicismo, muriendo en Auschwitz en 1942 a los 51 años, que ha dado nombre a un colegio concertado bilingüe en Madrid, y que también se la conoce como la filósofa de la empatía, decía dos cosas de gran calado. La primera que “uno de los grandes males del mundo es no vivir en verdad” que está en la base de la crisis del hombre, y su segunda gran frase: “estamos en el mundo para servir a la humanidad”, bases de su vida y pensamiento. Estudios sociológicos determinan que en estas dos primeras décadas del siglo XXI hemos pasado de que la persona es necesaria pero no esencial, es decir, del humanismo al posthumanismo o biocentrismo, lo que está acarreando un grave retroceso social. Para aquella persona que quiera profundizar en la diferencia entre esencial y necesario le exhorto a leer el libro de esta educadora titulado “Escritos esenciales”. Sumado a esto, en un artículo publicado en octubre del año pasado en Investigación y Ciencia por dos profesores de la Universidad de Duke en Estados Unidos (Vanessa Woods y Brain Hare), en el que publicaban las conclusiones parciales de sus estudios de antropología, dicen que la selección natural de los rasgos hipersociales permitió que la especie dominante de la Tierra, Homo sapiens, se impusiera a los neandertales, mencionando que sobreviven los más amables, lo que tiene que ver con los comportamientos positivos hacia los demás, sean o no deliberados. Esto tiene mucho que ver con la empatía de Stein, que la entendía como la experiencia del sujeto ajeno y de su vivencia, y lo diferenciaba de la simpatía como un sentimiento, generalmente instintivo, de afecto o inclinación hacia una persona o hacia su actitud o comportamiento. Con la empatía tendemos a experimentar el sentimiento de la otra persona mientras que con la simpatía solo lo comprendemos, por lo que sentir al otro sería esencial y comprenderlo necesario. En este sentido, empatizar lleva implícito escuchar y respetar sin juzgar, sin tener necesariamente que comprender. Desde mi punto de vista lo esencial está más cerca de lo objetivo y lo necesario más próximo a lo subjetivo. Aquí prefiero asumir el riesgo de la libertad frente al riesgo de la necesidad ¿Qué es realmente necesario? No sé qué opinan al respecto.

Al hilo de para qué estamos en este mundo según Edith Stein, doctorada cum laude además de enfermera de guerra en la Cruz Roja, nuestro juramento de la Profesión Veterinaria, actividad categorizada como esencial en el Boletín oficial del Estado el domingo 29 de marzo de 2020 en base al RD-Ley 10/2020, dice así: “Usar los conocimientos y habilidades para beneficio de la sociedad, protegiendo la salud de los animales, aliviando el sufrimiento de los mismos, conservando los recursos agropecuarios, contribuyendo a mejorar la salud pública, propiciando la defensa de los consumidores y del medio ambiente”. Siempre he creído que nuestra profesión y todo el sector porcino desde la granja a la mesa, donde estamos incluidos infinidad de eslabones en la cadena alimentaria, debemos ejercer esta vocación de servicio, que es lo que realmente nos hace esenciales. Y como bien decía el filósofo, lingüista y matemático discípulo de Bertrand Russell en la Universidad de Cambridge, Ludwig Wittgenstein: “de lo que no se puede hablar, hay que callar”. Lo considero esencial.

“Me parece deshonesto y dañino para la integridad intelectual creer en algo solo porque es conveniente o beneficioso, y no porque es verdad”.  Bertrand Russell (1872-1970) filósofo, matemático y escritor británico – Premio Nobel de Literatura 1950
Por Antonio Palomo Yagüe