El crecimiento real del PIB en el año 2016: sus consecuencias

Me parece cuando menos sorprendente que, cuando se trata en publicaciones “especializadas de nuestro medio agrario” la compleja cuestión de la evolución de la demanda (en este caso de la demanda de productos pecuarios, agrarios en general), casi nunca se aborda la cuestión con objetividad y con verdadero conocimiento de causa.

En este marco, trataba hace poco el aumento de las desigualdades económicas en la sociedad española; hoy le toca el turno a la evolución del PIB y a algunas cuestiones con él relacionadas.

Ambas cuestiones son trascendentales para entender la evolución de la mencionada demanda, al margen de los “brindis al sol” y del autobombo al que tan proclives somos los latinos (sobre todo cuando intentamos justificar nuestra actividad laboral cotidiana).

Empiezo recordando que, hace ya casi un centenar de años, al sabio y reconocido Catedrático, economista y político español, Don Antonio Flor de Lemus (Jaén, 1876-1941), se le atribuye la acuñación de una frase que sigue siendo absolutamente válida a día de hoy: “España vive en la ignorancia estadística” (probablemente hoy, ignorancia auspiciada desde nuestras propias administraciones públicas).

Así, para este año 2016, la estimación de crecimiento oficial del PIB, que es del 3,1 por 100, me parece irreal; en el primer trimestre creció (siempre según los datos oficiales disponibles) un 0,8 por 100; en el segundo trimestre un 0,7 por 100 y la misma magnitud se atribuyó al tercer trimestre (lo que suma el 2,2 por 100).

No obstante, la realidad, en mi opinión, es muy otra; si se analiza con un cierto detenimiento y, sobre todo, con objetividad, las evoluciones reales de la demanda (¡atención a este parámetro!) y de la actividad económica a lo largo de los últimos 10 -11 meses, que incluye, claro está, la desaceleración del tercer trimestre, se debe llegar forzosamente a la conclusión de que el verdadero crecimiento de nuestro PIB en este año 2016, a euros constantes, muy difícilmente se podrá acercar al 2 por 100.

A ello hay que añadir, como ya lo había anticipado hace meses, que al nuevo Gobierno no le queda otra solución que subir los impuestos. Ya ha empezado; lo ha hecho con el Impuesto de Sociedades y con los impuestos especiales sobre alcohol y tabaco (de momento con un impacto en la recaudación de unos 4.800 millones) y esto, obviamente, no acaba aquí.

Ello significa, nos guste o no, que, expresadas en términos monetarios reales, en euros constantes, la demanda interna neta real (no la basada en el crédito) no puede crecer y que la creación neta de empleo es prácticamente imposible.

Y no se olvide tampoco que, desde el año 2008, España no ha cumplido nunca los objetivos de déficit y que, para este año 2016, el Gobierno se comprometió, inicialmente, a sujetar el déficit en el 2,8 por 100. En abril, el mismo Gobierno solicitó una ampliación al 3,6 por 100 y la Comisión (se supone que para ayudar al Sr Rajoy en el proceso electoral) lo elevó al 4,6 por 100. No obstante, tal y como “pinta” el tema (datos a octubre), no creo que sea fácil de cumplir este 4,6 por 100 ante el despilfarro descontrolado que seguimos sufriendo en el ámbito público, generando una deuda que no podremos devolver.

La deuda total (la referida a los pasivos en circulación) puede ascender, en estos momentos, a 1,6-1,7 billones de euros. Por lo tanto, la deuda pública española se va acercando al 180 por 100 del PIB real que, por cierto, es del orden de un 20 por 100 inferior al oficial (con todo el impacto que ello va a tener en varias generaciones futuras)

Ante este panorama, entiendo que no hemos salido en absoluto de la crisis y, desde luego, no me parece nada realista, a medio-largo plazo, hablar, por ejemplo, de aumentos o mejoras de la renta agraria, de la demanda de nuestros productos o del empleo neto.

Nos guste o no, entiendo que debemos ir a un verdadero cambio radical en nuestra política económica, empezando por combatir de verdad la corrupción y eliminado duplicidades entre las distintas administraciones públicas, ergo: eliminando aquellas empresas públicas que nada aportan, reduciendo paralelamente  muy significativamente el empleo público y pseudo-público innecesario ¿1.5 millones? y aumentado drásticamente la productividad real, generando riqueza económica tangible. Sinceramente: creo que no nos queda otra.

Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid.