El aire que respiramos en las granjas (II): gases

La ganadería produce una serie de gases que tienen efectos sobre el medio ambiente. Es esencial reducir esta emisión, no sólo por los efectos ambientales, sino también porque suponen una pérdida de rendimiento en el uso de los nutrientes. Además, estos gases son perjudiciales para la salud de los propios trabajadores, así como para la salud y el bienestar de los animales. Los efectos perjudiciales se manifiestan con más intensidad en aquellas naves donde el intercambio de aire con el exterior es limitado, es decir, granjas con ventilación forzada y de ventilación natural de disposición más bien cerrada.

De los gases emitidos en las granjas, el más relevante es el amoniaco (NH3), que se emite debido a la descomposición de la urea y el ácido úrico excretados por los animales. La acumulación de este gas afecta a las mucosas, sobre todo a las vías respiratorias, y los daños producidos dependen de la concentración alcanzada y del tiempo de exposición. La recomendación general es no superar las 20 partes por millón (ppm), que es aproximadamente la concentración a la que sentimos un leve picor en nariz y ojos. Concentraciones superiores (por ejemplo entre 25 y 50 ppm) reducen la salud respiratoria de los trabajadores, el bienestar de los animales y su producción. En estas condiciones, los animales presentan mayor incidencia de enfermedades, dejan de comer y empeoran sus índices productivos y reproductivos.

El la emisión de metano (CH4) procede tanto de la fermentación entérica (principalmente de rumiantes) como de la descomposición anaeróbica de los deyecciones ganaderas. Tiene gran importancia dado su efecto invernadero, pero en general las concentraciones alcanzadas incluso en los alojamientos peor ventilados están lejos de resultar nocivas para trabajadores y animales. Sus mayores riesgos derivan de la acumulación en lugares cerrados (fosas o tanques de purines cerrados), tanto por el riesgo de asfixia al desplazar el oxígeno, como por el riesgo de explosión al ser el metano un gas inflamable. Por tanto, aunque estos incidentes se den con baja frecuencia, la elevada magnitud de los daños producidos obliga a respetar al máximo la seguridad en instalaciones de riesgo.

De forma similar, el dióxido de carbono (CO2) no suele ocasionar problemas en explotaciones ganaderas, pero es muy útil como indicador de calidad del aire, dado que de los gases mencionados es el más fácil de medir y su lectura puede incorporarse al control de la ventilación. En general se recomienda que no se superen las 5000 ppm, lo cual no suele producirse salvo en ventilaciones de mínimos y cuando se utilizan sistemas de calefacción que no expulsan los gases de combustión al exterior.

El control de la ventilación es fundamental para mantener estos gases en niveles adecuados. Las instalaciones más problemáticas suelen ser las de aves y cerdos, y los momentos más comprometidos son sin duda las noches frías. En estas circunstancias, mantener una temperatura adecuada con un consumo de calefacción asumible, a la vez que mantener una ventilación suficiente que evite exceder los límites máximos de gases, es la decisión más razonable.

Salvador Calvet Sanz.
Profesor e investigador del Instituto de Ciencia y Tecnología Animal.
Universitat Politècnica de València.