Aprender de la crisis (I)

Si nos fijamos en lo acontecido en los últimos 15 años, llegamos a la conclusión de que el sector agroalimentario y, por supuesto, también el de la porcicultura, han estado marcados por dos cambios fundamentales, tanto por parte de la oferta como de la demanda.

Por parte de la oferta, debido a las exigencias que han ido surgiendo en lo que atañe al nivel de seguridad alimentaria (sin precedentes fuera de la Unión Europea), caracterizados estos cambios por la sofisticación de la producción y por la tecnificación de los diversos procesos en los diferentes eslabones de la cadena; y, por el lado de la demanda (supuestamente cada vez más informada, aunque a menudo mal informada), por las exigencias y las presiones de los consumidores y/o de los supermercados; exigencias y presiones cada vez más elevadas y más complejas.

Hay que significar aquí que estas preocupaciones y estas percepciones son amplificadas por los medios sociales de comunicación, por los partidos políticos, por los ambientalistas, por los movimientos antiglobalización y, cada vez más, por las propias redes sociales.

Hoy en día, cualquier asunto es “escudriñado” por todos, empezando por la propia opinión pública y publicado, con un mayor o menor grado de populismo. Es el caso, por ejemplo, de temas como el bienestar animal, el medioambiente, el cambio climático (en especial en lo que se refiere a las emisiones de CO2, a la huella de carbono y a las emisiones de gases de efecto invernadero), la biotecnología, las resistencias a los antibióticos, la sostenibilidad y la gestión de los recursos, las dietas saludables, los estilos de vida y la obesidad.

Son estos temas los que predominan en la vida cotidiana; por ello, han de tenerse muy en cuenta a la hora de reflexionar sobre el futuro y estrategias a aplicar por parte del sector.

Hoy en día, los precios de los alimentos al consumidor son cada vez menores, debido, en gran medida, al funcionamiento de la cadena alimentaria. Nos hemos de enfrentar a continuas promociones y a la presión de los consumidores, a una inflación baja para contener las tasas de interés con el fin de promover la inversión y el crecimiento económico y, cada vez, a una mayor cantidad de restricciones, especialmente a nivel de la producción, aunque no se libran el resto de los eslabones de la cadena.

El consumidor tiene actualmente, especialmente en el I Mundo, toda una amplia gama de conceptos y de productos donde elegir; su movilidad refuerza estas características.

A nivel mundial, los mercados dependen cada vez más de las exportaciones y lo cierto es que, en los próximos años, a causa del aumento poblacional y del incremento del poder adquisitivo de las clases medias de los países emergentes, estamos obligados a aumentar la producción de carne, de leche y de huevos.

Pero tenemos que actuar demostrando que estos productos son sanos y que responden a las inquietudes planteadas por los consumidores a los niveles nacional, europeo o mundial. En este ámbito, las perspectivas para nuestro sector porcino son claramente positivas, a pesar de la competencia externa, el efecto acumulativo de los acuerdos comerciales y la dependencia actual (excesiva) de China; dependencia que demanda una urgente necesidad de diversificar.

Ampliaremos nuestras argumentaciones en la II parte del presente artículo.

Jaime Piçarra. Ingeniero Agrónomo

Secretario General de la IACA

Vice Presidente del Comité «Alimentos Compuestos» de la FEFAC.