Opinión de Antonio Palomo: TRANSINTENCIONALIDAD

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Estos días que tanto quebradero de cabeza nos han dado los problemas derivados de la huelga de transportistas, he escuchado numerosas veces la acepción falta de confianza como argumento a numerosas propuestas más o menos acertadas. Entiendo perfectamente el argumento de no confiar en quien te insulta y deja de lado, excluye o ningunea, como comprendo que, sin mutua confianza, el diálogo resulta, cuanto menos incierto. En mi caso, no soy quien para, ni siquiera, opinar de este asunto de Estado, ya que no soy ni experto ni tertuliano del tema, es decir, difícilmente puedo argumentar ni tampoco pretendo dar ningún espectáculo. Lo que, si soy, es consciente de la gravedad de sus consecuencias en la cadena de suministro, que ha sido, incluso, superior a la de los momentos más críticos de la pandemia hace escasamente dos años, y en los que quedaron patentes, que tanto el sector agroalimentario como el del transporte, estábamos en la lista de actividades esenciales según la Ley 10/2020 en sus puntos 2 y 6 de las 25. ¿Cómo se puede explicar esta distopia y amnesia anterógrada? Menos mal que el que les escribe bien confía en un gran número de personas, así como en nuestra noble profesión y sector porcino, además de en sus capacidades para salir de este atolladero en el que estamos inmersos. Y especialmente confío en un colega de Cuenca (grandes profesionales han partido de aquí), que ha estado quince años haciendo una labor encomiable como director de los premios Porc d´Or dentro del IRTA, a quien quiero dedicar esta columna de opinión, además de felicitar por su labor en pro del sector porcino, al tiempo que desearle lo mejor en su nuevo proyecto profesional y que como bien sospechan se llama Pedro López Romero. Muchas gracias, por tanto, y digo contigo: ¡Si al porcino!

            La ciencia, más que nunca, está bajo observación, donde una parte importante de la población de los países desarrollados se pregunta hoy, por los beneficios, los límites y paradojas de la evaluación de la actividad científica, para precisamente, poder continuar confiando en ella. Para ello se está exigiendo rendición de cuentas, como a muchas de las actividades sociales y económicas. Estamos familiarizados con esta edad de la inspección, sociedades contables y auditadas, lo que según el tipógrafo alemán fallecido el año pasado Wolgang Weingart denomina estructuras de “control del control”. ¿Quién controla al que controla? También menciona como estos profusos mecanismos de evaluación no están exentos de limitaciones y paradojas, debiendo poner en contexto y valorar sus costes, sus errores factibles y algún que otro efecto indeseable, que a nadie se nos escapa. No menos importantes son los costes epistemológicos con impacto negativo sobre las personas evaluadas, que los sociólogos alemanes Greshoff, Knerr y Schimank denominaron transintencionalidad. Este término creo que bien encaja en los acontecimientos que vivimos estas semanas, ya que el vocablo se define como el conjunto de efectos no deseados que acompañan a cualquier tarea de gobierno y organización: la introducción de evaluaciones con la intención de fortalecer el control y la transparencia pueden llegar a tener el efecto contrario.

            Uno de los principios en los que se basa la transintencionalidad es en la evaluación de la cantidad y calidad. Y aquí, desde mi punto de vista, ya tenemos un sesgo importante, que bien compruebo en muchas pruebas de campo, donde la medición y la calidad no siempre son compatibles, aunque debamos perseguir en nuestros protocolos de trabajo y desarrollo cualitativo, correctamente medido cuantitativamente y considerando todas las variables que interactúan. Bien sabemos que no podemos mejorar aquello que no podemos medir. Aquí quiero referir la célebre cita del físico y matemático británico del siglo XIX Sir William Thomson: “Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”.

            ¿Qué puede pasar cuando el criterio de los evaluadores difiere de lo que se innova? Quizás corramos el riesgo de que haya trabajos realmente de altura que son deficientemente valorados, y por lo tanto penalice el gran valor que tiene el riesgo intelectual y la investigación crítica. En este punto hemos sido testigos a lo largo de la historia, cómo ideas innovadoras son fruto de sorna y burla por sus contemporáneos, al tiempo que alabadas por las generaciones futuras. Que los vagos se amparen en su genialidad no reconocida no es un motivo para suprimir las evaluaciones, pero tampoco para confiar en que produzcan milagrosamente la excelencia. Al hilo de esta frase, el profesor alemán Albrecht Koschorke, con quien comulgo, decía que la longue durée del trabajo científico necesita un clima de estabilidad y confianza, a lo que muchos añadimos, y paciencia. Ha habido otros que, sabiendo menos, han sabido lo necesario, como fue la generación de nuestros Padres, utilizando lo que la profesora indio-americana de la Universidad de Cornell Sheila Jasanoff llamó “las tecnologías de la humildad”. Hoy es mucho más frecuente la soberbia en muchos ámbitos, y así nos va. En esta desinformada sociedad de la información vemos como proliferan como los hongos las fake news, que no son noticias falsas, sino falsas noticias, que es lo que afecta a la confianza, ese bien común al que no dañan el error y la equivocación, que todos cometemos diariamente, pero si la falsedad manipulada en las factorías de la manipulación (infobasura o infoxicación). Es frecuente escuchar aquello de que el ser humano es más de errores que de maldades. Haberlos, los hay de ambos tipos, y yo prefiero a los primeros que a los segundos. Un exceso de información está demostrado que puede ser dañino ya que nos puede distraer de lo importante, someternos a lo urgente e incluso bloquear nuestra capacidad de decisión. Recuerdo con mucho cariño aquella frase de mi Madre a mis hermanos y a mí: “Hijos, aprended aquello que no queréis hacer” que, sin ella saberlo, hacía referencia a la discriminación inteligente, ese saber más valioso que es “saber qué es lo que no se necesita saber”. Considero esencial diferenciar entre información, conocimiento y saber, partiendo de que la ignorancia no es un fenómeno imperfecto, sino más bien un recurso para aprender. Quien bien me conoce o haya asistido a alguna de mis charlas-clases, lo que de antemano le agradezco, recuerda esa frase que dejo caer al final de mis presentaciones: “Never stop learning”. Cualquier persona, hoy con los medios digitales, es capaz de encontrar una información, lo difícil es saber que buscar. Que así sea.

“La confianza sirve en las conversaciones más que el ingenio” Francois de la Rochefoucault (1613-1680) Escritor francés

 

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