La problemática del dúo «fauna salvaje – ganadería de vacuno»

Como lo he venido reiterando durante estos últimos meses, en varias de mis conferencias y de mis intervenciones públicas, el incremento en estos últimos años de la presencia de la tuberculosis bovina (TB) en nuestra ganadería, provocada por la bacteria Mycobacterium bovis (M. bovis), que guarda estrecha relación con las bacterias causantes de las tuberculosis humana y aviar, es un tema que me parece realmente preocupante y que, en mi opinión, no se está abordando actualmente con las adecuadas eficiencia y eficacia.

El nombre de “tuberculosis” tiene su origen en los nódulos, llamados “tubérculos”, que se forman en los ganglios linfáticos del animal afectado (aunque se considera al ganado vacuno como el verdadero hospedador del M. bovis,la enfermedad se ha descrito en otras muchas especies domésticas y no domésticas). Se trata de una zoonosis (es decir, se puede transmitir al ser humano) y, por ello, es una enfermedad de declaración obligatoria (con todo lo que ello comporta para la ganadería afectada). Es más, la TB es una de las enfermedades que figuran en el Código Sanitario para los Animales Terrestres de la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) como afecciones de notificación obligatoria a la OIE.

El incremento de la presencia de la tuberculosis en la fauna salvaje y su coexistencia, más o menos estrecha, con el ganado vacuno sujeto a modelos extensivos o semiextensivos, unido en ocasiones a recortes presupuestarios, es el principal origen de la actual situación.

Cierto es que ya en el año 1965 España estableció, mediante la Orden de 24 de mayo, un “Plan Nacional de Lucha contra la Tuberculosis y la Brucelosis bovinas”, centrado básicamente en los principales núcleos de vacuno lechero del norte de España. Desde hace muchos años tenemos instaurados los denominados “Programas Nacionales de Erradicación de la Tuberculosis Bovina” los cuales, desde mitad de los años ochenta del siglo pasado hasta el año 2012, lograron un descenso sostenido, aunque moderado, de la enfermedad, con rebrotes puntuales aproximadamente cada 3-5 años, lográndose que su prevalencia se situara, en el mencionado año 2012, en el 1,31%, con unos 1.460 rebaños con diagnósticos positivos (cuando en el año 2002, por ejemplo, era todavía del 2,24%). No obstante, en estos últimos cuatro años, la mencionada prevalencia, lamentablemente, no ha dejado de crecer.

También es cierto que existe un Programa Nacional de Vigilancia de la Fauna Silvestre que obliga a las Comunidades Autónomas a efectuar controles anuales para establecer cuándo la fauna salvaje puede actuar como reservorio.

Pero la realidad es, nos guste o no, que el modelo global no funciona adecuadamente (con todo el importante riesgo que ello supone de expansión de la enfermedad).

Sin duda, la enorme y, desde una perspectiva técnica, incomprensiblemente incontrolada expansión de ciertas poblaciones silvestres como, por ejemplo, los gamos, los ciervos, los zorros y especialmente los jabalíes (estos últimos, a título informativo, en mi pueblo, por las noches, campan con alta frecuencia por sus respetos por calles y plazas) están complicando gravemente la situación (y no olvidemos aquí que la Ley de Sanidad Animal prevé precisamente la aplicación de medidas de control de la fauna silvestre teniendo en cuenta la preservación de los recursos genéticos).

En definitiva, una vez más, no se aplican adecuadamente las normas establecidas ni a nivel del Estado ni a nivel de las Comunidades Autónomas y, claro está, “así nos luce el pelo”. Como dice un buen amigo mío, Catedrático en la Facultad de Derecho de la UCM: “si en nuestro país nos dedicáramos realmente a aplicar adecuadamente las leyes ya promulgadas, no haría falta legislar más en los próximos 7 – 10 años…”

Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid.