La ganadería y sus emisiones de GEI

El jueves pasado, en el marco de nuestra Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas de la Universidad Politécnica de Madrid, tuvo lugar el desarrollo de la IV Jornada TOP GAN Avicultura de Puesta.

En la misma, don Pablo Bernardos, técnico de la Subdirección General de Productos Ganaderos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), diserto de forma brillante acerca de “la nueva normativa de ordenación sectorial” y, en ella, puso sobre la mesa un tema de una enorme trascendencia, presente y futura, para nuestra ganadera: me refiero a la cuestión de los límites de sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).

Hay que mencionar aquí de que en no pocas ocasiones, por intereses anti-proteína de origen animal, se distorsionan los datos referidos a las mismas (para confirmar mi afirmación basta con consultar en Internet alguna de las últimas publicaciones de fuentes veganas al respecto).

En este sentido, y de acuerdo con los últimos estudios publicados por la FAO, ratificados por el doctor Frank M. Mitloehner, Profesor de Ciencia Animal y Especialista en Calidad del Aire de la Universidad de California, a nivel mundial la ganadería viene a producir directamente del orden del 14,5 por 100 del total de las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por las actividades humanas; a esta cifra habría que añadir un 5 por 100 de emisiones indirectas (transporte, etc.). Por su parte, el transporte mundial viene a generar alrededor del 20 – 22 por 100 de las mencionadas emisiones.

Como es bien sabido, los veganos y los animalistas defienden con pasión la idea de que si dejásemos de comer carne se solucionarían en gran medida los problemas medioambientales; nada más lejos de la realidad.

Un estudio reciente ha puesto de manifiesto que si, por ejemplo, todos los estadounidenses dejaran de comer carne las emisiones de gases efecto invernadero de aquel país sólo se reducirían en un 2,6 por 100 (por cierto, en los EE.UU. desde el año 1961 las emisiones de gases efecto invernadero se han reducido en un 12 por 100 aproximadamente mientras que la producción de carne se ha multiplicado por dos).

Pero al margen de estas consideraciones lo cierto es que el cambio climático es, nos guste o no, una realidad y que la misma demanda acciones contundentes y urgentes. En este marco es innegable que la agricultura y la ganadería generan una serie de efectos negativos sobre el aire, el agua y la tierra, que hay que reducir rápida y muy significativamente.

Si a lo expuesto unimos el crecimiento previsto de la población mundial en las próximas décadas (que se estima alcance los 10.000 millones para el año 2050) y el consiguiente aumento de las necesidades de alimentos para atender a su demanda, no queda más remedio que optimizar realmente los sistemas y las técnicas de las producciones ganadera y agrícola, que, en mi opinión, fundamentarse siempre en el ámbito de la ciencia y de la técnica.

Es en este marco dónde deben circunscribirse las normativas de ordenación sectorial a las que hacía referencia al principio de esta nota, no dejando que las mismas se subordinen a intereses particulares o partidistas. Todo ello evidentemente sin minusvalorar el hecho de que en España hay un censo permanente de animales de renta en producción que se acerca a los 65 millones de cabezas (a los que hay que sumar las aves). Todo ello nos lleva a que la producción de carne en España supere en este año 2019 los 7 millones de toneladas. Esta cifra supera ampliamente al consumo global en equivalentes kilo carne canal (que tal vez pueda estar actualmente alrededor de los 4,2 millones de toneladas anuales y bajando).

Luego es innegable que se hace absolutamente necesaria una ordenación global, teniendo en cuenta las singularidades sectoriales, de nuestra agricultura y de nuestra ganadería. El objetivo: buscar minimizar sus emisiones de GEI. Pero, esta minimización exige la aplicación, en cada caso, de las “mejores técnicas disponibles, MTD, en cada momento” lo cual, a su vez, exige inversiones y, por supuesto, unas dimensiones mínimas de las unidades productivas; por lo tanto, dejemos ya de demonizar a las mal llamadas «macro-granjas».

Esta es la realidad.

Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid
Universidad Alfonso X el Sabio