La crucifixión del pangasio o panga

El nombre genérico del pangasio o “panga” abarca a dos especies de peces distintas. Por una parte, está el de más calidad, el Pangasius hypophthalmus (que es el que habitualmente se oferta en España,) y el Pangasius bocourti, de calidad inferior. La legislación española establece que sólo se pueden identificar y etiquetar como panga ejemplares de Pangasius hypophthalmus (España es el segundo importador mundial de panga procedente de Vietnam; el primero es Rusia).

El panga es criado en cautividad, fundamentalmente en Vietnam (que genera casi el 90 por 100 de la producción mundial), en granjas acuícolas a lo largo del río Mekong, entre Vietnam y China (es una producción de carácter muy intensivo y es cierto, como ha reconocido la propia FAO, que está generando problemas de índole ecológica en el sudoeste de Asia).

Se trata de un pescado blanco, cuya preparación culinaria es muy sencilla y con una calidad nutricional que se puede considerar similar a la de la perca. A nivel práctico, se debe tener en cuenta el color del filete de panga (que apenas tiene espinas); el mismo ha de ser blanco (lo cual indica que ha sido producido y sacrificado en las condiciones adecuadas); si el filete tiene un color amarillento es un indicativo de que las condiciones de explotación no han sido adecuadas (bajos niveles de oxígeno) y, si presenta un color rojizo, es que se ha sacrificado de manera inadecuada.

El panga, que lleva años siendo objeto de polémica, es un pescado muy barato (este es uno de sus “principales defectos”, por su agresiva presencia, desde principios del año 2000, en los ámbitos comerciales de la Unión Europea), con una muy reducida proporción de grasas y de colesterol, pero también con un bajo nivel de proteínas.

Así, por ejemplo, en la Unión Europea, el sector pesquero le acusa de ser un elemento que origina una “competencia desleal” y de constituir uno de los principales causantes de la crisis del sector pesquero (crisis que ha ido paralela al aumento de las importaciones de productos pesqueros a muy bajo precio procedentes de terceros países); recientemente, una gran cadena de hipermercados y supermercados europea lo ha dejado de comercializar, aduciendo que se trata únicamente de una “medida preventiva” por “razones medioambientales” y Estados Unidos ha prohibido su importación debido, según dicen, a la presencia de sustancias contaminantes y a la sospecha de que podría contener antibióticos.

La realidad, en mi opinión, probablemente sea otra muy distinta: sigue siendo relativamente muy barato, pero los márgenes comerciales han disminuido significativamente (han aumentado los costes de producción como consecuencia de unas mayores exigencias en su producción), además, con el transcurso de los años, se ha creado una mala imagen; la imagen de un pescado de baja calidad, cuya producción atenta contra el medioambiente y con una creciente competencia (bacaladilla de Alaska y la propia merluza).

En el caso de la Unión Europea, las partidas de panga son inspeccionadas por funcionarios comunitarios, así como por las autoridades competentes de los puestos fronterizos de cada Estado. En España, como ha indicado reiteradamente la Agencia de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), se efectúan controles en los puestos fronterizos que incluyen análisis laboratoriales y las propias Comunidades Autónomas realizan las pertinentes inspecciones cuando el panga está en los puestos de venta.

Hasta el presente, las autoridades competentes no han detectado niveles de contaminantes preocupantes (están dentro del rango de seguridad) y los mismos no son superiores a los que presentan otras especies (como ha afirmado la propia comisaria de Sanidad, la chipriota Androulla Vassiliou, su departamento podría prohibir las importaciones de panga si, en él, se detectaran problemas sanitarios).

En definitiva, al margen de que nos puedan gustar más o menos los sistemas y las técnicas de su producción, con los datos de que disponemos hasta el día de escribir estas líneas, la alarma generada no está justificada; su consumo no genera riesgos para nuestra salud (otra cuestión es que no se debe abusar de él, especialmente en el caso de los niños, por sus características nutritivas) y se le está crucificando injustificadamente, como no hace mucho se crucificó a la carne roja y no hace tanto a los huevos.

Otra cuestión es que, en ocasiones, se pueda comercializar de forma inadecuada y fraudulenta, al no identificarse correctamente este pescado y ofertarlo a los consumidores (también en el canal HORECA) como lenguadina, gallo, solla o platija, por ejemplo. Pero no confundamos la falta de ética comercial con la carencia de seguridad alimentaria.

Lamentablemente, por una cosa o por otra, estamos con demasiada frecuencia “en los papeles” y esto, en una sociedad como la nuestra, tan poco formada en estos temas y tan sensible a ellos, es extremadamente peligroso (por lo pronto afectará a su demanda y a la demanda de otros productos como la tilapia o la perca).

Esto lo saben muy bien los “animalistas y cia.” y lo utilizan, en beneficio propio claro, con gran habilidad y con muchos recursos económicos (porque, no se olvide nuestro viajo adagio: “a río revuelto… ganancia de pescadores”, y a muchos capitales les interesa sobremanera el desprestigio social de la proteínade origen animal).

Carlos Buxadé Carbó.

Catedrático de Producción Animal.

Profesor Emérito.

Universidad Politécnica de Madrid.