El difícil arte de convivir
Los que nos dedicamos, aunque sea en nuestro tiempo libre, a la noble tarea de juntar letras para exponer nuestras ideas, criticar al ajeno y alabar a los amigotes, por lo menos esta semana, no nos podemos quejar porque la actualidad política nos proporciona más munición de la que podemos gastar en tan escaso tiempo.
Han echado a Mariano, formalmente a través de una moción de censura, donde una vez más los vascos algo hemos colaborado, pero si nos paramos a reflexionar un ratito, nos daremos cuenta de que a Mariano le han echado sus amigos, o al menos los que lo fueron no hace mucho, porque con sus prácticas mafiosas y corruptelas varias han generado un aire pestilente incapaz de soportarlo hasta por ellos mismos.
Mariano creyó que la corrupción sería tapada por la mejora económica pero no cayó en la cuenta que los humanos no podemos vivir en un ambiente tan contaminado y así, le resultó imposible convivir con la herencia recibida (no la de Zapatero sino la de Aznar) y además, para más INRI, su ex – jefe y ex – amigo, Don José María, ha resultado finalmente un pepito grillo con el que es imposible convivir, un molesto jarrón chino y un ególatra que sólo se aguanta a sí mismo.
Se fue Mariano y llega, deprisa y corriendo, Pedro. Nos presenta su cuadrilla y la verdad sea dicha, no tiene mala pinta. Mucha gente preparada, mucha mujer y el ministro del ramo, el de Agricultura, Luis Planas, es un viejo y apreciado conocedor del sector primario. Ahora bien, nuestro Luis tendrá que aprender a convivir, especialmente, con sus compañeras de mesa, Nadia Calviño de Economía, famosa en la Comisión Europea por sus informes apoyando el recorte de fondos para la política agrícola y con la titular de Transición Ecológica, Teresa Ribera, que se encargará de asuntos tan importantes para el campo como el medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. Difícil convivencia, adivino.
Parecidos problemas de convivencia tengo yo con mis críticos asiduos pero la edad y la piel de paquidermo con la que cuento, hacen que ya haya optado, lisa y llanamente, por convivir con mis críticos, por muy aguafiestas que sean. No se crean que resulta fácil la tarea y menos cuando en temas como en Aralar (el eterno conflicto sobre las infraestructuras requeridas por los pastores de la Sierra) algunos conservacionistas se mosquean porque les llamo radicales al oponerse a la ejecución de dichas infraestructuras mientras hemos conocido, estos mismos días, que un pastor que iba a su txabola a lomos de su caballo por una vereda en condiciones climatológicas penosas, se cayó junto al animal y tuvo que ser rescatado por la Ertzaintza en helicóptero. Según parece, los ganaderos del siglo XXI tienen que seguir conviviendo con las reglas de juego del siglo XIX, eso sí, porque lo dicen ellos.
La convivencia, como decía, entre personas, especies y tiparracos diferentes es tan difícil como necesaria pero me permitirán decirles que la gente del campo está hasta los mismísimos de gentes (quizás, me tenga que incluir yo mismo) que no tienen repajolera idea de sus formas de vivir, sentir, trabajar y divertirse, les “recomienden” cómo hacerlo y así, día sí y día también, vamos escuchando que los agricultores deben convivir con todo tipo de especies que habitan en el territorio, la famosa biodiversidad, porque alguien ha decidido que hasta la rana meridiana tiene más derechos que el propio agricultor y añaden que, si hace falta, ya se le darán las oportunas ayudas para asegurar su supervivencia (entiéndase la de los bichitos). Al pastor se le dice, frente a los que claman por fomentar la presencia del lobo, que tiene que aprender a convivir con unos pocos daños, que les serán indemnizados y además, que debiera convivir con los turistas atraídos por la belleza del lobo. A los forestalistas y fruticultores, se les dice que deben aprender a convivir con la plaga del corzo que devoran los brotes y pelan los troncos jóvenes y que en su caso, también aquí, se indemnizará como corresponda. A los ganaderos, se le dice que deben convivir amistosamente con los buitres que atacan sus terneras recién paridas en el monte y para apaciguar los ánimos, una vez más, se recurre a las dichosas indemnizaciones. A todos ellos, agricultores, pastores, fruticultores, forestalistas, ganaderos y otra mucha gente, se les dice, quizás con el afán de rematarlos, que deben convivir con la plaga de jabalís que asolan gran parte del país y aunque la idea de indemnizar sus daños está ahí, bien es cierto que las dimensiones del problema de los jabalís es de tal envergadura que, mucho me temo, es prácticamente inabordable. Eso sí, hasta que alguien reviente, y la lie parda.
La convivencia de la gente del campo con las diferentes especies de fauna salvaje que campan a sus anchas por un abandono progresivo de la actividad y por la inquietante despoblación en amplísimas zonas de la Península, me hace pensar que las continuas apelaciones a la cordial convivencia ni pueden ni deben servir como excusa para tapar la inoperancia de aquellos que tienen que adoptar decisiones duras y difíciles pero, irremediablemente, necesarias e inaplazables. Lamentablemente, las decisiones se retrasan hasta el infinito y mucho me temo que la aparición de daños por jabalís en los jardines urbanos de alguna capital y/o algún daño irreparable de los buitres sobre algún niño o anciano en parques periurbanos serán el detonante de la rápida y contundente reacción que necesita la cuestión y que sea asumida como prioridad por parte de nuestras autoridades.
Los hay, por otra parte, quienes piensan, que estos problemas se solucionan y que las protestas se acallan con ayudas, subvenciones y migajas. Craso error. La gente del campo no quiere ayudas ni por producir ni por no hacerlo pero menos aún por convivir con la fauna salvaje. La gente del campo quiere precios justos y reconocimiento social. Punto pelota.