¿De verdad somos tan torpes? Increíble
Fue allá por los años 84-86 del siglo pasado, antes de nuestra entrada en la entonces CEE, cuando algunos “locos” (pocos) empezamos a hablar en España de las denominadas “Cuotas Lácteas” (recuerden: base de la limitación de la comercialización sin penalización), que se había instaurado en la CEE en los años 1982/83.
Advertí ya entonces que, por una parte, era preciso, totalmente necesario, y urgente “blanquear” todo la leche que llegaban al mercado sin factura en España (que estimaba eran, en aquellos años, más de 1,3 millones de toneladas/año, incluyendo el autoconsumo-consumo rural directo); por otra, afirmaba que era absolutamente preciso entrar en el modelo, una vez el mercado estuviera realmente regularizado, solicitando una cuota no inferior a los 7,5 millones de toneladas/ año partiendo de una adecuada leche tipo (estoy hablando de los años 85 -86).
Obviamente, no se me (nos) hizo ningún caso y las dichosas cuotas se aplicaron en España muy tarde (1992/93) y muy mal (partiendo una cantidad de referencia totalmente errónea, porque no se habían hecho los deberes y seguíamos teniendo una gran cantidad de leche comercializada de forma irregular, fiscalmente hablando, y haciendo unas atribuciones de las mismas a las CC.AA. y a los ganaderos, en “clave paternalista”, en lugar de hacerlo en clave empresarial).
Las consecuencias de esta cadena de errores las conocemos todos y no las voy a referenciar aquí y ahora otra vez (a veces, me pongo muy pesado).
En el año 2015, como también es bien sabido, se eliminaron finalmente en la totalidad de la UE las cuotas lácteas.
Debe de quedar claro una vez más aquí que desde el primer momento en que se barajó esta opción, me opuse frontalmente a ella (en contra de la opinión generalizada en España) por tres motivos fundamentales (aunque había otros): el futuro y seguro aumento de la producción de leche en la UE; la deslocalización geográfica de la misma (reorientándose hacía el Norte de la UE) y la indefensión en que quedarían los Estados menos adecuados para la producción de leche (entre ellos, obviamente España).
Por esta razón solicitaba que no se suprimieran bajo ningún concepto las cuotas y, que si finalmente se cometía este error (porque no había otra manera de calificarlo), sólo afectaría a los cuatro Estados del Sur, pero nunca a los del Norte de la Unión Europea.
Tampoco aquí se (nos) hizo caso alguno; reconozco que mis capacidades de convencimiento son prácticamente cero (si consultan ustedes las hemerotecas podrán comprobar cuantas sandeces se llegaron a publicar al respecto).
Como era de esperar, estamos hoy dónde habíamos predicho que íbamos a estar, ni más ni menos.
Llegados a este punto a los “listos de turno” (esta especie, tan presente en los estamentos administrativos y políticos de la UE, que debe clonarse repetida y regularmente, porque están siempre ahí y, además, va aumentando cuantitativamente…), ante la problemática desatada, se les ha ocurrido la brillantísima idea de proponer a los empresarios productores de leche de vaca de la Unión, a coste cero (¿? ¡atención al dato!) una “reducción voluntaria” de sus producciones.
Ante semejante desatino surge inmediatamente una pregunta muy sencilla: ¿de verdad somos tan torpes? Increíble.
Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
ETSI Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas.
Universidad Politécnica de Madrid.