Daniel Carazo: TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 4 de 16)

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—Sí.

Mi mujer me conoce tan bien que sabía que, si no me contestaba, no iba a parar de insistir, así que se armó de paciencia.

—¿Te acuerdas de esa pareja que iba justo delante nuestro en el avión?, los dos que casi no hablaron entre ellos en todo el viaje —es verdad que esa falta de comunicación en una pareja que viajaba sola nos llamó la atención, y lo comentamos durante el vuelo—, pues esos.

Hablaba de un hombre y una mujer, cercanos a los cuarenta, que se pasaron todo el vuelo en silencio; él mirando su teléfono móvil, y ella leyendo una novela.

—¿Estás segura? —en mi retorcida mente, la mano que vi por la noche podía coincidir claramente con la de ese hombre al que se refería mi mujer.

—Mmmm… sí, seguro, los vi entrar y les saludé cuando bajaste a por las maletas —me respondió, ya sin mucho interés y más pendiente de bajar a desayunar que de responder a más preguntas mías.

Me esforcé en no insistir más y centrar mis pensamientos en convencerme de que efectivamente todo habían sido imaginaciones mías, y que si realmente durante la noche había pasado algo, lo lógico es que a esa hora ya hubiéramos tenido mucho follón en el hotel y movimiento evidente de gente. Por otro lado, tampoco era yo nadie para enredarme en resolver el problema que hubiera podido surgir entre nuestros compañeros de viaje y hotel. Tenía que olvidarme y disfrutar de las vacaciones.

Así que bajamos a desayunar y ya pasamos la mañana visitando los primeros paisajes de esos lugares exóticos y espectaculares que esperábamos ver, y que por cierto no nos defraudaron: el tremendo cráter de Sete Cidades y todo el paraje que rodea a tremendo vestigio volcánico, impresionante explosión de naturaleza.

Volvimos al hotel a media tarde, con ganas de darnos un baño en la pequeña piscina y refrescarnos un poco antes de visitar la ciudad que nos alojaba, y fue precisamente ese momento de descanso el que me hizo volver a pensar en el suceso nocturno: la mujer silenciosa que viajó con nosotros, y que mi mujer me dijo que se había alojado en la habitación vecina a la nuestra, estaba al otro lado de la piscina, sola, escondiendo el rostro tras una gorra blanca, tumbaba tan tranquila y sin ninguna pinta de estar acompañada.

Me quedé mirándola, y en cuanto ella se dio cuenta de que estábamos allí, en seguida se fijó en mí y, sin ningún disimulo, ya no me quitó la vista de encima. Me puso nervioso, la verdad… Igual que yo sabía que ella era nuestra vecina de habitación, ¿sabría ella que nosotros estábamos al lado y podríamos haber escuchado la discusión?, ¿me habría visto asomarme al pasillo del hotel?

Intenté dejarlo estar, olvidarme de mis dudas y sospechas, pero su insistencia en mirarme no favoreció precisamente ello. Según me agobiaba, cada vez tenía más claro que esa noche había pasado algo, volvía a pensar en un asesinato, y parecía que yo, no solo era el único testigo de ello, sino que además la asesina lo sabía.

 

Daniel Carazo: TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 4 de 16)Daniel Carazo Daniel Carazo Sebastian
Veterinario

Daniel Carazo: No es lo que parece, sino lo que es, foto libros daniel carazo

 

 

 

 

 

 

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