Opinión de Antonio Palomo: EL SÍNDROME DE DOM PÉRIGNON

Opinión de Antonio Palomo: EL SÍNDROME DE DOM PÉRIGNON, foto antonio palomo yagüeOpinión de Antonio Palomo: EL SÍNDROME DE DOM PÉRIGNON

En la columna de la pasada semana titulada “Un instante eterno”, manifestaba mi admiración y respeto por nuestro compañero Don Luís Alberto García Alía, que hoy quiero reiterar, y a quien dedico, en exclusiva, la columna de esta semana al dejarnos huérfanos profesionales, después de su fallecimiento el pasado jueves 17 de febrero a los 67 años, al atardecer del día, cuando tan solo 13 horas antes (8:07 am), algunos recibimos un mensaje suyo que nos decía “Muy Buenos Días”. GRACIAS LUÍS ALBERTO por todo, MUCHAS GRACIAS LUÍS ALBERTO por tanto que has dado a nuestra noble profesión. Y ahora, para honrarte, voy a continuar haciendo lo que tantas veces me has dicho: “Amigo Antonio, sigue escribiendo, continúa compartiendo tus conocimientos”. Reconozco que me está costando escribir estas líneas más de lo habitual, me siento triste, pero traslado mi elegía en forma de aquella máxima de mi película preferida, “El Club de los Poetas Muertos”: ¡Oh, capitán! ¡Mi Capitán!, y que escribió el poeta Walt Whitman en homenaje a Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos, después de su asesinato en 1865. John Keating, el profesor protagonista de la película interpretada por Robin Williams, quería trasladar a sus alumnos un mensaje clave para la vida: “no conformarnos con lo ordinario, invitándolos a ser únicos y extraordinarios”, en base al concepto de conformidad, que refiere la dificultad de mantener las propias convicciones ante otros. Esas tres características del profesor universitario de literatura, como inspirador, inconformista y libre pensador me resultan familiares a nuestro ilustre toledano, talaverano y lagarterano. Me quedo con aquella cita, que tan ampliamente comparto en mi vida, y que decía el profesor Keating: “en mi clase aprenderán a pensar por ustedes mismos, con entusiasmo y pasión”

 Decía el trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos, Harry Truman que, una vez tomada una decisión, ya no se preocupaba más por ella. El que fuera presidente del Instituto americano de Psicoanálisis, Theodore Isaac Rubin, quien falleció hace cuatro años, mencionaba dos conductas humanas, que se anclan en otras tantas formas de vida completamente diferentes a la hora de comprender las diferencias entre la toma auténtica de decisiones y el abandonismo, de tal forma que, en las segundas, o bien renunciamos por completo a la toma de decisiones, o bien se pervierte de tal modo el proceso de decidir que llegamos al extremo de negarlo. Luís Alberto siempre era partidario de “coger al toro por los cuernos”, tomar sus propias decisiones y asumir la responsabilidad de los resultados, algo que siempre he tratado de trasladar a mis hijas y alumnos. Hoy, somos testigos, día a día, como muchas personas esperan a que ocurran las cosas en vez de actuar para que ocurran, o no se hacen responsables de lo que ocurre cuando los resultados no son los deseados. Nuestro compañero fue un ejemplo de lo que se conoce como inversión emocional, la cual consiste en tener el suficiente interés y empeño en algo como para invertir en ello todo el tiempo, la energía, los pensamientos, el talento y las cualidades que hagan falta. A ello, asociaba una clara escala de valores en su vida, lo que constituye el fundamento de esa toma de decisiones. ¿Cuántas personas conocen sin escala de valores o con una escala de valores logarítmica de magnitud local arbitraria (escala en honor al sismólogo estadounidense Charles Francis Richter ideada en 1935), superior a 8, que producen una energía negativa destructora? Lo que me resulta más curioso es que, muchas de estas personas con transmutación de valores, que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche comparaba con una cuerda tendida entre el animal y el superhombre a una cuerda sobre el abismo, tienen un cierto afán de tenerlo todo y de considerarse perfeccionistas, creyendo que toman decisiones perfectas de forma inconsistente, lo que les lleva a sus paraísos terrenales y a mirar a los demás desde su atalaya, lo que en no pocas ocasiones les bloquea su toma de decisiones al estar fuera de contexto. A este afán de acaparar es a lo que conocemos como el Síndrome de Dom Pérignon, que son aquellas personas que preferirían morir de sed en el desierto antes que beber agua en vez del mejor champán. El mismo filósofo germano, desde su nihilismo, ya nos dijo que nuestra sociedad sufre una frustración debido a no poder llegar a ser como los modelos a seguir que nos tratan de imponer, ya que nos hacen creer que ser así de perfectos es lo natural, cuando en realidad no deberíamos sentirnos culpables por no serlo. Por ello, quiero recordar que es conveniente comprender que la excelencia no es lo mismo que la perfección, ya que la primera, que prefiero a la segunda, supone por encima de todo, adaptarnos a unos criterios realistas.

Pienso que una sola opción acertada produce más satisfacciones que cien imaginarias supuestas, lo que el refranero viene a recordarnos como que “vale más pájaro en mano que ciento volando”, lo cual también es esencial para la motivación y no el desánimo. Debemos saber que las condiciones ideales para tomar decisiones no suelen darse, ni siquiera, incluso, las adecuadas, tratando de que sean lo más adecuadas posibles, y seguir adelante, haciendo lo que podamos con lo que tengamos a mano. Como bien mencionaba mi entrañable Madre, quien también falleció a la misma edad que Luís Alberto: “hijo, con estos mimbres tenemos que hacer el cesto”, a lo que mi sabio Padre apostillaba: “estas son las mulas que tengo, y con ellas tengo que labrar”. Lo auténticamente transcendental es el compromiso, valor destacado de las tres grandes personas que acabo de mencionar, al que podríamos sumar que nada se consigue sin esfuerzo, a lo que me permito añadir: “y muy poco se puede conseguir sin una sincera voluntad de aplazar la satisfacción”. Claro que esto, en la sociedad actual con el Síndrome del algo a cambio de nada, donde se persiguen los éxitos sin lucharlos, considero que corresponden a esa engreída inversión emocional en la astucia más que en el trabajo y de unas tendencias a desarrollar mayores capacidades y habilidades, lo cual, sin duda, genera una enorme confusión en nuestros jóvenes, y no tan nóveles.

Se dice que el actor Fred Astaire (1899-1987), que se había cruzado con Michael Jackson en varias ocasiones, y quien le inspiró y ayudó en el rodaje del videoclip de su canción Thriller (1982), le envió un telegrama: “Soy un hombre anciano. He estado esperando el relevo. ¡Gracias!”. El buen maestro debe aceptar su propia desaparición una vez que ha terminado su trabajo. Luís Alberto, eras un hombre en plenas facultades a una edad madura, fuiste un gran maestro y hubiera deseado tenerte más tiempo entre nosotros, y a buen seguro, aún más lo añoraba tu excelente Familia. También sé que aceptaste tu destino, lo que te dignifica, dejándonos una estela a seguir. D.E.P. – IN MEMORIAM.

“Carpe Diem – Aprovecha el día: vivir cada día como si fuera el último. Hay un momento para el valor y otro para la prudencia. El que es inteligente, sabe distinguirlos”.  John Keating – Personaje de ficción interpretado por Robin Williams en la película Dead Poets Society dirigida por Peter Weir en 1989

 

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