Opinión de Antonio Palomo: DISONANCIA COGNITIVA

Opinión de Antonio Palomo: DISONANCIA COGNITIVAOpinión de Antonio Palomo: DISONANCIA COGNITIVA

Los investigadores del Fermilab, un laboratorio de aceleración de partículas del Departamento de Energía de Estados Unidos, llamado así en honor al físico italiano Enrico Fermi, dentro del proyecto Muon g-2, afirman, en su artículo publicado el mes pasado en Physical Review Letters que, podría haber una quinta fuerza de la naturaleza, aún desconocida para nosotros, basada en los muones, partículas ya descubiertas en 1936, similares a los electrones, pero 200 veces más pesadas (0,106 GeV), lo que les da una gran capacidad de penetración. No estoy seguro de que ello se deba, precisamente a dicho valor g = 2, que es una constante y no un punto como piensan algunos, que también, y que ya describió el científico británico Paul Dirac en 1927. Las cuatro que conocemos hasta ahora como responsables de todos los fenómenos en el universo, nombrados también como campos en física, son: electromagnética, interacción gravitacional, nuclear débil y nuclear fuerte, esta última la superior, capaz de mantener unidos los núcleos atómicos. Conozco a algún personaje que cree estar por encima, al menos, de las cuatro primeras fuerzas, por lo que estoy deseando que los científicos que trabajan en el Laboratorio Nacional Fermi, ubicado en Bataria, a cincuenta kilómetros al oeste de Chicago, les den argumentos sólidos para su líquida intuición. Bien decía Albert Einstein: “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. No tengo ninguna duda de que aparecerán más fuerzas en la naturaleza, siendo consciente de que los humanos, tan solo somos una pequeña parte de la misma.

Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, ósea Cantinflas, ese gran actor mexicano que nació en un mes de agosto como el que se ha publicado el gran hallazgo físico, en 1911, se hacía una reflexión con la que quiero comenzar este mes de septiembre: “Estamos peor, pero estamos mejor. Porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora que estamos mal, pero es verdad”. Han sucedido infinidad de cosas durante un solo mes, a pesar de que parezca poco tiempo, pero, para ciertas cosas, es una eternidad, como bien sabemos todos los que alcanzamos edades provectas. Ya decía el cordobés Séneca en el siglo I, un error muy repetido entre los humanos es considerar que la vida es demasiado corta, cuando somos nosotros quien la hacemos corta por el mal uso que hacemos del tiempo. Derrochamos el tiempo, como si nos sobrara, y es el bien más preciado que tenemos, “lo único en lo que la avaricia resulta honorable”. Es el resultado de vivir sin reflexionar, de perder el control sobre nosotros mismos y de hacer lo que la costumbre nos dice que hagamos, no lo que deberíamos hacer, ni siquiera lo que queremos hacer. Por ello, quiero comenzar esta columna de opinión, después de la pausa estival, además de deseando que todos ustedes, en mayor o menor medida, hayan disfrutado de algunos de sus, espero, merecidos días de vacaciones, arrancar este último cuatrimestre del año con ilusión y retos prospectos, tanto profesionales como personales. Como decía nuestro gran filósofo del siglo pasado Don José Ortega y Gasset: “ilusiones hay que tenerlas, no hacérselas”. Pensemos que la cerda que inseminemos mañana 6 de septiembre cumplirá sus 116 días de gestación el 31 de diciembre, por lo que ya estamos sembrando para el próximo año. Para ello me permito incluir el concepto americano a corto plazo de la economía conductivista, el nudging, ósea, el empujoncito, a lo que les pido que no me malinterpreten, o también, si es para bien.

Fue en la exposición universal de Viena, en 1873, cuando se introdujo la pequeña legumbre, la soja, llevada por la delegación japonesa, tanto en Europa donde arraigó primero en los jardines del palacio de Schönbrunn, entonces sede de la Universidad de Viena, como en el resto del mundo. Los mercados de materias primas y porcino continúan con enorme volatilidad a nivel mundial, lo que a un servidor le provoca cierta incomodidad en el conocimiento preciso de cómo van a evolucionar, ya que, leyendo diferentes informes de organismos de referencia, tanto nacionales como internacionales, obtengo conceptos contradictorios al mismo tiempo. Como me dijo un ganadero nonagenario con quien hablé días pasados: este mundo es un “golferismo y una chabacanería”. O como mencionaba Sócrates, hay tres clases de personas en el mundo: los que buscan la sabiduría, los que buscan el honor y aquellos cuyo principal objetivo es el beneficio. Ya, el propio diplomático Nicolas Maquiavelo, en su renombrado libro del siglo XV, El Príncipe, aconsejaba mentir para alcanzar el poder. No sé si esto le suena a algo.

Bien estoy seguro de no sufrir disonancia cognitiva en mi vida a nivel global, pero si en este caso en particular. Me provoca cierta calma saber que expertos en el tema como el sociólogo alemán Ulrich Beck, achacan dichas distorsiones cognitivas a errores sistemáticos en el proceso de información, lo que, sin duda, en la era de la sobreinformación, en muchos casos manipulada bajo intereses, tiene cierta lógica. Se refiere al concepto de la sociedad del riesgo como característica principal de la sociedad moderna y de nuestras empresas. Saben, los que me conocen, que afronto la rentabilidad de las granjas de forma holística, centrándome tanto en la optimización de los resultados productivos eficientes como en la minimización de los riesgos. Beck define el riesgo como el raso que caracteriza un peculiar estado intermedio entre la seguridad y la destrucción. Son numerosas las disonancias cognitivas que se conocen y que observamos en nuestro quehacer diario. Voy a ser breve en las acepciones de las diez principales.

Una es el pensamiento dicotómico que corresponde a las categorías extremas, es decir, las cosas se hacen bien, o al menos se intenta, o no se hace. Trato de seguir las enseñanzas de mis Padres: hazlo bien de una sola vez. Luego vienen dos que van unidas, como son la minimización y la magnificación, es decir infravalorando o exagerando un aspecto, que personalmente me parecen claves a evitar para mantener un equilibrio. Recordemos como, por ejemplo, uno de los principios de la nutrición, el balance de nutrientes, ya que el exceso o deficiencia de un nutriente, no solo es perjudicial per se, sino por alterar la absorción de otros. A los nutrientes también les podíamos poner nombres de personas, sabiendo aquello de que las hay tóxicas, e incluso algunas que tratan de imitar a la serpiente marina oliva de la costa norte de Australia, cuyas hembras gestan nueve meses y los machos tienen dos penes. Una cuarta disonancia es la externalización de la propia valía que, personalmente, me parece grave en muchas circunstancias, ya que a personas muy válidas se les trata de minimizar su valor en detrimento de otras, lo que sería lo mismo decir que, todas las cerdas de nuestras granjas son iguales y no existen las conocidas como “supercerdas”, por lo que, partiendo de que no se trata de comparar, si debemos de valorar en su justa medida. Bien conocen aquella frase tributo romana de “al César lo que es del César”, o la castellana “al pan, pan y al vino, vino”, que también es una canción de Chayanne. Muy relacionado con esta disonancia estaría la quinta, basada en la inferencia arbitraria, la cual me he encontrado frecuentemente en mi práctica profesional, centrada en que creen saber lo que piensan (ideas preconcebidas sin base científica alguna) o que creen saber lo que pasará (jugar a profetas o el error del adivino) sin bases ni argumentos. Aquí me viene a la mente esa pregunta que se hacía el pensador chino Chuang Tse, ya en el siglo IV a.C.: ¿cómo podré hablar del mar con la rana si no ha salido de su charca? Esta disonancia va muy unida a la sexta, la personalización, centrada en las auto atribuciones negativas sin evidencias científicas, término de rabiosa actualidad. No les ha ocurrido que, cuando plantean una opción, a la otra persona ya se la había ocurrido, pero cuando profundizan, la ignorancia se agudiza y los resultados se penalizan.

Ahora vienen dos que me causan cierta gracia lisonjera, como son la abstracción selectiva, donde se toma un solo detalle de un gran número de variables y se transforma toda la situación al antojo de esta, sin más. La sigue la disonancia contraria, la de la generalización excesiva, de forma que si ocurre una vez así será siempre. Nunca hay dos granjas iguales, como no hay dos personas iguales, y debemos personalizar ciertas prácticas. Y ya llegando a la novena, tenemos la disonancia “deberías” o el “y si”, que como me decía un amigo aficionado a la tauromaquia, la de a toro pasado, que a algunos nos displace, y que procede del que ni hace ni deja hacer, poniendo problemas a soluciones o palos en las ruedas. Terminamos con la décima disonancia cognitiva basada en el razonamiento emocional que, por lo tanto, es voluble dependiendo de cómo se encuentre el interlocutor dicho día. Me parece importante en nuestra práctica profesional elegir los momentos oportunos para lanzar los mensajes adecuados, que no es lo mismo que guardarse una carta debajo de la manga. En un sinfín de ocasiones he salido de una reunión o de una granja habiendo dicho menos de la mitad de lo que pensaba decir, precisamente por esto. La prudencia y el saber esperar, algo que hoy se practica poco, lo creo importante, tanto en la solución como en la no creación de problemas. Pongamos razón a las emociones, para lo cual empleo, en mi caso, la regresión germinativa, es decir, el descenso hacia mis propias raíces – orígenes – principios. Para acabar, deseo mencionar un proverbio indio: “que nuestros actos sigan a nuestros pensamientos como la rueda del carro sigue a la pezuña del buey”.

 

Felicidades a quince personas, humanos diez, a las que me une una gran amistad, que cumplen años o aniversario en estos primeros diez días de septiembre. A ellos dedico esta columna de opinión como muestra de admiración, respeto y gratitud.

 

“En realidad no creo mis estatuas, sino que me limito a quitar el mármol sobrante en el que estaban aprisionadas, sacándolas así a la luz” – Miguel Ángel – Escultor renacentista italiano (1475-1564): El David y La Piedad del Vaticano

 

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