Opinión de Antonio Palomo: AQUIESCENCIA

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No es lo mismo “aquí la ciencia” que aquiescencia. Este concepto significa consentimiento en sentido tácito, estando fundado en la equidad y la buena fe. Por lo tanto, consentimos siempre que no se favorezca a una persona perjudicando a otra, conocido como favoritismo, algo de lo que se adolece en demasiados ámbitos, asociado, en no pocas ocasiones, a ese término tan común en el mundo del derecho como es la buena fe. Quizás, el término de igualdad esté desvirtuándose, contraponiéndose a la cualidad por la cual se debería dar a cada uno lo que se merece en función de sus méritos y prestaciones. De aquí se deriva un problema que observo cada vez con mayor frecuencia, que es el Síndrome de Burnout o Síndrome del trabajador quemado. Y bien estoy seguro de que esto no se resuelve con un trasplante de epidermis de cerdos a personas.

La aquiescencia genera confianza y estabilidad, que se hermana con la fidelización. En estos términos hablaba la semana pasada con un empresario aragonés que bien respondía a las características del mineral aragonito o forma cristalina del carbonato de calcio, esencial fuente de calcio en los piensos, y lo más barato. El aragonito forma parte de las conchas de los moluscos, el esqueleto de los corales y las estalactitas, destacando por su dureza, como el aragonés. Desde el punto de vista esotérico el aragonito potencia la claridad mental para poder resolver problemas cotidianos, además de mejorar la autoestima y la confianza en uno mismo. Conozco un gran número de compañeros veterinarios y ganaderos de Aragón, hoy la primera región productora de porcino de nuestro país, que responden de forma precisa a estas acepciones, lo que, sin duda, desde mi punto de vista, está detrás de su buen hacer en porcinocultura. Por ello, al conjunto, con respeto y admiración, quiero dedicarles esta columna de opinión e invitarles a continuar trabajando en este año de las dos i´es: incertidumbre, inestabilidad, donde continuamos sin ver la luz a la escalada de precios de materias primas. Con este escenario, mantener el pulso va a ser fundamental, por lo que, tanto nuestro sistema cardiocirculatorio como nervioso van a estar a pleno rendimiento y prueba de fuego.

Voy a tratar de compatibilizar de manera aquiescente cómo entiendo podemos mantener la estabilidad de nuestro sistema nervioso, ya que la certidumbre no la considero factible. Soy consciente de que es más fácil ponerlo sobre el papel que llevarlo a la práctica, aun así: “Keep calm & Keep working”. En nuestro sistema nervioso tenemos dos clases de células, las nerviosas llamadas neuronas y las gliales. De las primeras, solo nuestro cerebro tiene cerca de 100.000 millones con 100 billones de conexiones sinápticas, lo que sin duda da lugar a la generación de multitud de comportamientos complejos. En general, una neurona se compone de tres partes: axón, cuerpo celular y dendritas. Entre ellas se comunican por impulsos eléctricos llamados potenciales de acción o espigas. ¡Qué importante es la agricultura para una correcta estabilidad! Cuando a una neurona le llega dicha señal mediada por neurotransmisores, la misma puede hacer tres cosas: excitarse, inhibirse o modular su comportamiento. Creo que estamos en el tercer escenario, aunque valoren ustedes mismos cual les conviene más. Yo, personalmente, practico los tres. Por dar alguna pista, el neurotransmisor excitador más común en el cerebro es el aminoácido glutamato. Como señaló Eric Kandel, Premio Nobel de Medicina 2000, cada neurona del cerebro recibe constantemente inputs sinápticos desde muchas otras neuronas que pueden reforzarse o cancelarse unos a otros, lo que nos lleva a tomar una decisión. Quizás de aquí podamos concluir que en estos tiempos es importante mantenernos firmes y no ponernos demasiado nerviosos. De hecho, hay quienes consideran que, la búsqueda de estos correlatos neuronales de la consciencia, constituyen lo que el filósofo David Chalmers denomina “problema fácil”, que se traduce en aquello de que, ante la adversidad, mantener la calma es lo aconsejable. Hay quienes sostienen que, con independencia de las diferentes habilidades mentales de cada uno asociadas a lo que intuitivamente suele entenderse por inteligencia, hay un factor que es común a todas ellas y que identifican los neurocientíficos abreviadamente como factor g. No lo confundan, por favor, con el punto G, ni con los Hombres G (banda madrileña de rock de los 80), ni con el jeje (tan común en los WhatsApp). Es más, el psicólogo e investigador de Harvard, Howard Gardner no tiene claro que dicho factor exista, aunque si identifica al menos ocho tipos de inteligencia. Creo que estamos en un momento donde tenemos que poner todas “nuestras inteligencias” a trabajar entre ellas, como las neuronas.

También sabemos hoy que el acto de recordar, aludiendo a la memoria, conlleva una cascada de reacciones bioquímicas que activan regiones del cerebro distintas de las que intervinieron en la percepción primera. Por lo tanto, a nivel neuronal, el acto de recordar lo que hace es rehacer el recuerdo, y no tanto la grabación original. Se ha demostrado, que las personas recordamos mejor la información que va acompañada de una carga emocional que si solo es cognitiva. De aquí se desprende que recordamos mejor la aprendido razonando que memorizando, desplazando el dicho aquel de que “la letra con sangre entra”. Pero aún más importante me parece reflejar que no hay una memoria única e indivisible. Seguro que todos estamos familiarizados con la memoria a corto, medio y largo plazo, pero quiero referirme a la memoria explícita e implícita para dar salidas imaginativas a las otras dos i´es. La implícita es de carácter automático por lo cual poco podemos hacer. La memoria explícita o declarativa es la que codifica la información a partir de acontecimientos autobiográficos, de sucesos y de hechos de la vida cotidiana. Esta segunda nos puede ayudar a recordar como hemos salido de otras crisis sufridas en nuestro sector, que no han sido, ni pocas, ni someras. Y si tenemos algún ataque de criptomnesia, pues bienvenido sea, entendido como esa capacidad mental para recordar soluciones de las que no teníamos un recuerdo consciente.

A veces, nuestro sistema nervioso nos deja en evidencia en situaciones cotidianas, no recordando el nombre de una persona, dónde hemos dejado el teléfono…, que achacamos a pérdida de memoria, lo que en la mayoría de las ocasiones no tienen que ver con un deterioro cognitivo, sino con una función natural del cerebro que interrumpe el pensamiento y nos hace perder el hilo, por ejemplo, en una conversación. Esto ha sido demostrado por el neurocientífico Adam Aron de la Universidad de California en San Diego junto a investigadores de la Universidad de Oxford, derivado del establecimiento de una conexión dentro del núcleo subtalámico basada en una función adaptativa del cerebro, cuyo mecanismo podría haber evolucionado como una manera de “resetear” nuestro conocimiento y así permita centrarnos en algo nuevo, conocido como sistema de frenado natural, o lo que llaman los expertos el “descarrilamiento del tren de pensamiento”. Viene a ser como aquello que cuando el ordenador se nos queda colgado, lo apagamos y volvemos a encender, o lo que en la vida hacemos cuando sufrimos un grave problema, empecemos de nuevo.

“El infortunio es necesario también para descubrir ciertas minas misteriosas ocultas en la inteligencia humana” Alejandro Dumas (1802-1870)

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