La desconexión emocional entre la sociedad y el sector agrario

En una conferencia que pronuncié la semana pasada en Palencia, acerca de “el mundo del cereal y sus perspectivas”, afronté lateralmente el tema de esta desconexión.

Inicié la charla hablando de la necesidad de contextualizar al “mundo del cereal” en un ámbito global; en esta contextualización juegan un papel destacado, cuando hablamos de los cereales y en una primera aproximación: la previsión de las cosechas, las contingencias (presión de los inventarios, los volúmenes de oferta, la demanda y su evolución, las políticas comerciales y exteriores de ciertos países, los mercados de futuros, las volatilidades, propias e inducidas, etc.), la utilización, la especulación, la seguridad alimentaria, etc.

Después, analicé la situación de los trigos y de los cereales secundarios a marzo de 2017 y proyecté la misma a la realidad de la situación alimentaria en el mundo, contradiciendo, parcialmente, a los que afirman que en el mundo se pueden alimentar perfectamente a los actuales 7.000 millones y pico de personas que lo pueblan.

Esta afirmación podría ser, tal vez, relativamente cierta si no se “infrautilizara” tanto alimento (especialmente en el I Mundo); si no se permitiera el sobrepeso en los humanos (por ejemplo, vía impuestos directos) y si los alimentos se distribuyeran de forma adecuada en el mundo (bien entendido que ello supondría un coste económico muy elevado, dado que hoy en el Mundo hay casi 50 países que necesitan urgentemente ayuda alimentaria).

En este sentido, no perdamos de vista que actualmente se estima que hay unos 900 millones de personas hambrientas en el Mundo; unos 2.800 millones de personas malnutridas; 1.200 millones de personas con sobrepeso y solo unos 2.100 millones de personas con su peso normal.

En este contexto, cuando se habla de personas hambrientas o malnutridas, no debe pensarse solo en países subdesarrollados o en vías de desarrollo. En España, según datos de finales del año 2016, hay del orden de 13,9 millones de personas (casi un 30 por 100 de la población total) en riesgo de exclusión y de pobreza, lo que comporta, indiscutiblemente, una alimentación inadecuada y/o insuficiente; en Europa, esta cifra ronda los 124,5 millones de personas; un 25 por 100, aproximadamente, de la población total.

También exponía los que, desde mi punto de vista, son los 10 grandes retos que la humanidad tiene que afrontar: lograr la seguridad alimentaria, asumir positivamente la globalización; combatir eficazmente la volatilidad de los precios de las materias; asumir las consecuencias de los altos costes (presentes y, sobre todo, futuros) de las materias primas; aceptar y asumir los “mayores costes” del “modelo europeo de producción”; corregir el deterioro socioeconómico de los agricultores y ganaderos en la cadena alimentaria; lograr unos usos eficientes de los recursos; mantener y mejorar, donde sea preciso, la calidad ambiental del suelo, del agua y del aire; superar las actuales amenazas a que están sometidos ciertos hábitats y la propia biodiversidad, y, finalmente, corregir los deterioros demográficos, sociales y económicos de muchas áreas rurales.

Pero, reordenar adecuadamente la utilización, en este caso, de los cereales (materia prima clave para la alimentación humana y animal) y superar todos los retos expuestos solo podrá ser posible si la Sociedad (con mayúsculas) asume que podemos sobrevivir, mejor o peor, sin calzado, sin vestidos y sin muchos de los objetos que hoy consideramos de primera necesidad, pero que no es posible hacer sin alimentarnos.

Es decir, los agricultores y los ganaderos, en su sentido más amplio, son la parte fundamental de la sociedad. Por esta razón, debe buscarse corregir, con la máxima urgencia y con todas sus consecuencias, la desconexión emocional que hoy existe, hablando en términos muy generales (y especialmente en el I Mundo), entre la sociedad y el sector agrario. De no hacerlo, el futuro, hacia el año 2050, con 10.000 millones o más de personas en el planeta, se presenta ciertamente muy complejo.

Carlos Buxadé Carbó.

Catedrático de Producción Animal.

Profesor Emérito.

Universidad Politécnica de Madrid.