La complejidad empresarial de la producción animal
Llevo mucho tiempo afirmando, en cualquiera de los foros dónde intervengo, que la inmensa mayoría de nuestros ganaderos son grandes profesionales, que hacen las cosas muy bien y que, además, disponemos en el sector de unos técnicos, empezando por los veterinarios que laboran en las explotaciones, muy preparados, que ayudan a garantizar la bondad de nuestras producciones pecuarias.
Tengo lo expuesto muy presente también cuando, en algunas oportunidades, se me invita a impartir charlas en Institutos de Educación Secundaria (IES), que en España, como es bien sabido, son centros educativos de titularidad pública. Normalmente, me piden que les hable de temas relacionados con la producción animal; las empresas ganaderas; los productos que genera la ganadería y sus características; la utilidad real geosocial de la misma, etc. etc.
La sensación que siempre saco de estas charlas es que los estudiantes (y también la gran mayoría de los profesores) están infinitamente lejos (no sólo geográficamente, sino también emocional e intelectualmente) del mundo empresarial rural y, más concretamente, del mundo empresarial pecuario.
Por esta razón, el daño que nos están haciendo en el ámbito social (y el que nos harán) los animalistas es, además de enorme, totalmente injustificado. Sus teorías extremas, que propugnan la eliminación de la proteína animal de la alimentación humana, están empezando a encontrar eco entre nuestra “juventud urbanita” porque se fundamentan, básicamente, en la afección negativa de las emociones en todos los temas que se relacionan con la producción animal; es decir, con la actividad empresarial fundamentada en la gestión de los animales de renta.
Viene a colación lo que estoy exponiendo porque, hace unos días, en una de estas charlas, salió el tema de los recientes focos de Influenza Aviar de Alta Patogenicidad (IAAP), subtipo H5N8, con el tema de las dos aves silvestres que fueron encontradas muertas en las proximidades de la laguna de La Nava de Fuentes, en Palencia, y el posterior problema en la explotación de Sant Gregori y de los siete focos secundarios vinculados a siete explotaciones relacionadas epidemiológicamente con ella.
Les expliqué cómo se actúa en un caso de esta naturaleza una vez confirmada la enfermedad. Hablamos del Real Decreto 445/2007 (con la inmovilización inmediata, con la realización de las encuestas epidemiológicas, con el sacrifico de todas las aves de las explotaciones afectadas, con el establecimiento de las zonas de protección y de vigilancia, etc.).
También les hablé en profundidad acerca de cómo se refuerza inmediatamente la vigilancia pasiva en las granjas; de las normas de bioseguridad extraordinarias a llevar a cabo en las explotaciones avícolas de la zona; de cómo se hace hincapié en aplicar todas las medidas posibles para evitar el contacto con las aves silvestres y de cómo los servicios veterinarios oficiales actúan con rapidez, con eficacia y eficiencia, para evitar daños colaterales.
Pues bien, aunque estuvimos casi dos horas ‘enredados’ con todas estas cuestiones y les intenté hacer ver, a partir de esta temática, lo complejo que es ser un buen empresario agropecuario, el mérito que tiene el serlo y el hecho de que la gran inmensa mayoría de nuestros ganaderos son unos empresarios realmente excelentes, me fui con la sensación de que los alumnos (y probablemente también los profesores que fueron a escucharme) no quedaron realmente convencidos de lo bien que solemos hacer las cosas en el mundo pecuario español y, consecuentemente, de la bondad y la seguridad que tienen los alimentos que generamos en nuestras explotaciones.
Me quedo con la frase que me espetó una alumna ya en el pasillo de salida del aula: “profesor: todo lo que usted ha explicado está muy bien y sonaba a cierto, pero yo ya he decidido, al igual que otros compañeros, que lo moralmente correcto, como nos explicaron el otro día, es ser vegano” (sic).
Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid.