Daniel Carazo: TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 11 de 16)

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Al día siguiente me levanté con el firme propósito, una vez más, de olvidarme del misterio que me estaba obsesionando. Me convencí por la noche de que no merecía la pena condenar de esa manera las ansiadas vacaciones, sobre todo porque poco podía hacer para demostrar lo que solamente yo sabía. Lo sentí por el señor Arbiza y ya leería en la prensa si su mujer se salía con la suya o no.

Aun así, busqué a la señora Arbiza en el hotel, en el barco que nos trasladó a la preciosa isla de Pico y en los grupos de turistas que, como nosotros, visitaban aquellos maravillosos parajes. Tuve la suerte de no verla en todo el día, ni a ella ni a su misterioso cómplice. Pero como no podía salir todo tan bien, fue una vez más en la vuelta al hotel cuando me volví a dar de bruces con la realidad y retorné a mi faceta detectivesca.

Fue en la piscina, donde inevitablemente fuimos a refrescarnos antes de salir a cenar. Allí, y para mi sorpresa, la vi a ella, a la señora Arbiza, saliendo a la terraza de una de las habitaciones —al menos esta vez no era vecina nuestra—. No había duda, era mi compatriota, y para colmo me dio la impresión de no estar sola ya que también vi una fugaz sombra que evitó salir. No retiré la vista a tiempo y cuando ella se giró, cruzamos la mirada. MI lividez puso en alerta a mi mujer.

—¿Estás bien, Dani?, te has puesto pálido.

—Puf —intenté disimular—, la verdad es que no, yo creo que con este calor se me ha revuelto el estómago… Voy a subir a la habitación un rato, a ver si me recupero.

Gracias a mi aburrimiento habitual en las piscinas, no extrañó mi intención y pude retirarme sin preocupar demasiado a mi familia. Decidí ir a la recepción del hotel para, con la misma técnica que usé en Ponta Delgada, asegurarme que era mi sospechosa a quien había visto, y con la intención ya de denunciar la situación a alguna autoridad. No pude hacerlo. Al salir del ascensor, en un recodo de un pasillo donde no había nadie, una mano surgió como de la nada y se posó con extraordinaria firmeza en mi hombro derecho.

—Venha conmigo —me ordenó el propietario de dicha mano.

No me hizo falta saber portugués para entender que me estaba ordenando acompañarle. Al no ceder la presión en mi hombro, no me resistí, y con bastante miedo avancé por donde me guio, que fue justo hasta la puerta de una habitación cercana. Cuando se puso a mi lado para llamar a quien esperara dentro de ese cuarto, pude ver la cara de mi secuestrador, lo cual me preocupó todavía más ya que reconocí sin dudas al hombre que acompañaba a la señora Arbiza la noche anterior. ¿Qué querían de mí? ¿Serían capaces a hacerme algo aunque estuviera allí con mi familia? Lejos de resolver estas dudas las acrecenté al abrirse la puerta que teníamos delante y comprobar que quien lo hacía era justo la señora Arbiza.

 

Daniel Carazo: TESTIGO DE ASESINATO (Capítulo 11 de 16)Daniel Carazo Sebastian
Veterinario

Daniel Carazo: No es lo que parece, sino lo que es, foto libros daniel carazo

 

 

 

 

 

 

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