EQUIVOCACIÓN vs MENTIRA

Yo sí me equivoco, y reconozco que no es fácil reconocerlo, pero también doy fe de que decirlo me provoca un gran alivio. Dentro de nuestros equipos de trabajo, enmarcados hoy en recursos humanos, valoro sobremanera a aquellas personas que de forma directa y rauda te confiesan que se han equivocado (he cometido un error al poner la vacuna X, hemos dosificado mal tal aditivo, nos hemos equivocado con la inclusión de una materia prima, he interpretado mal las mediciones de grasa dorsal…) ¿Cuántos problemas nos evitaríamos si cada uno de nosotros comunicásemos el error nada más caer en la cuenta del mismo? ¿No le dan más desconfianza aquellas personas que dicen hacerlo todo bien y no equivocarse nunca? Errare humanum est decía Séneca o equivocarse es humano, demasiado humano que decía F. Nietzsche, bien entendido como un error involuntario que está en las antípodas de las mentiras, que es un error voluntario que persigue dádivas. Contra los errores (mistakes) tenemos las inofensivas gomas de borrar (eraser) que todos hemos utilizado en nuestra tierna infancia, y que algunos seguimos coleccionando, aprovechando a dedicar esta columna a quien me las regalan. Insisto, yo me equivoco casi todos los días alguna vez. Y contra las mentiras estas gomas no son eficaces, y si otras, que como la Goma-2 derivados de dinamita provocaron gran dolor, precisamente para tratar de camuflar las mismas.

En el otro lado tenemos a Pinocho, figura literaria ligada culturalmente a la mentira. Dicho término está muy estudiado en la psicología y, por lo que parece ser, hoy es uno de los deportes nacionales. A nivel práctico todos somos testigos de las mentiras en este mundo de las comunicaciones cuando lo que se busca es engañar con sus palabras o bien en nuestras relaciones sociales (hoy distanciamiento social), cuando uno finge algo contrario a lo que siente o a lo que realmente es. Quizás con poner algunos sinónimos nos pueda quedar más claro, al menos a mí: bola, bulo, calumnia, coba, embuste o falacia. Y atención, también se considera mentira el acto de la simulación o el de fingir. Ya decía el poeta inglés Alexander Pope que “errar es de humanos, perdonar es divino y rectificar es de sabios” a lo que nuestro expresidente del Gobierno Felipe González apuntó que “pero de necios es rectificar cada día”. ¿A quién se referiría?

No es menos cierto que todos hemos mentido en alguna ocasión, que cuando haya sido para proteger a otra persona puede darse por válido según decía el filósofo Leo Strauss, o bien la conocida “mentira noble” de Platón. A estas mentiras que no hacen daño, mi Madre las llamaba “mentirijillas piadosas”, que ni siquiera son un motivo de confesión. Entonces, a las que, se hacen sin dicho fin, ¿podemos denominarlas despiadadas? Un ejemplo en nuestra práctica profesional es cuando nos dan datos falseados de resultados técnico-productivos o de laboratorio, ello nos inducirá a error y difícilmente podremos hacer un diagnostico preciso del problema y mucho menos resolverlo correctamente. Recuerdo hace algunos años, en un pueblo de España de cuyo nombre no quiero acordarme, cómo un empresario al pasarme los datos de producción de su granja para analizarlos, sobre el papel tenía más destetados que nacidos vivos. Ya saben todos que hay cosas que no son ni verdad ni mentira, son sencillamente imposibles. Pero este es un caso que bien nos describe que es una mentira y no un error informático, ya que me confesó que él manipulaba los datos de destetados para hacerme entender lo bien que lo hacía, cuando realmente era lo contrario. No es su caso, a quien me une afortunadamente una buena relación profesional y personal desde hace 30 años, pero seguro que bien le viene a la cabeza alguna persona que se reitera diariamente en la mentira, y como dirían nuestros mayores “no le dice la verdad ni al médico”, siendo nominados como mentirosos compulsivos.

“Humanum fuit errare, diabolicum est per animositatem in errore manere – Errar ha sido humano, pero es diabólico permanecer en el error por orgullo” – San Agustín de Hipona (354-430 d.C.)

Por Antonio Palomo Yagüe – ADM SETNA