Entomofagia: buen presente y espectacular futuro

Se denomina entomofagia (del griego ἔντομος [éntomos], ‘insecto’, y φᾰγεῖν [făguein], ‘comer’) a la ingesta de insectos y arácnidos, o artrópodos en general.

Actualmente, se considera que esta ingesta de insectos complementa la dieta de unos 2.500 millones de personas, tratándose de un hábito que siempre ha estado presente en la conducta alimentaria de los seres humanos. En el primer mundo, tenemos el falso concepto de que el consumo de insectos ha tenido siempre lugar en época de hambruna o por lo menos de escasez, y ésta no es la realidad. En la mayoría de casos en los insectos forman parte de las dietas locales básicas. La razón de su consumo se fundamenta en su sabor y no porque no haya otras fuentes de alimentos disponibles. Ciertas especies de insectos, como la oruga de la mariposa emperador en África del Sur o los huevos de hormiga tejedora en el sureste de Asia, pueden alcanzar precios elevados y se consideran un manjar realmente exquisito.

De acuerdo con los datos actualmente disponibles, en el mundo se consumen actualmente más de 2.000 especies de insectos, la inmensa mayoría de las cuales todavía se recolectan directamente del medio natural.

Los insectos más consumidos son los escarabajos (coleópteros) (más del 30 por 100), las orugas (lepidópteros) (un 20 por 100) y las abejas, avispas y hormigas (himenópteros) (un 15 por 100), los saltamontes, las langostas y los grillos (ortópteros) (un 15 por 100), las cigarras, los fulgoromorfos y salta-hojas, las cochinillas y las chinches (hemípteros) (10 por 100), las termitas (isópteros), las libélulas (odonatos) (3 por 100), las moscas (dípteros) (2 por 100) y otros órdenes (5 por 100).

De lo que no cabe duda es que el uso de insectos, por una parte como alimento y, por otra, como materia prima para la fabricación de piensos puede comportar un elevado número de beneficios de carácter ambiental, sanitario y para los medios sociales y de vida.

No debe perderse de vista que, en general, los insectos son muy eficientes en la conversión de los alimentos por ser especies de sangre fría. Las tasas de conversión alimento-carne pueden oscilar ampliamente en función de la clase de animal y las prácticas de producción utilizadas pero, en cualquier caso, los insectos son extremadamente eficientes. Por término medio, los insectos pueden convertir 2 kg de alimento en 1 kg de masa de insecto.

Los insectos, hablando siempre en términos generales, proporcionan proteínas y nutrientes de alta calidad en comparación con la carne y el pescado. Los insectos pueden ser especialmente importantes como complemento alimenticio para los niños desnutridos porque la mayor parte de las especies de insectos contienen elevados niveles de ácidos grasos (comparables con el pescado). También son ricos en fibra y micronutrientes como, por ejemplo, cobre, hierro, magnesio, fósforo, manganeso, selenio y cinc.

Por otra parte, los gases de efecto invernadero producidos por la mayoría de los insectos son probablemente inferiores a los del ganado convencional. Los insectos pueden alimentarse de residuos biológicos como subproductos alimentarios o de origen humano, abono y estiércol, y pueden transformar estos subproductos en proteínas de alta calidad. Los insectos utilizan mucha menos agua que el ganado tradicional y la producción de insectos depende menos de la superficie agrícola útil (S.A.U.) que la actividad ganadera convencional.

Hasta el momento, no se conocen casos de transmisión de enfermedades a humanos derivados del consumo de insectos (naturalmente siempre que los insectos hayan sido manipulados en las mismas condiciones de higiene que cualquier otro alimento). No obstante, pueden producirse alergias comparables a las alergias a los crustáceos, que también son invertebrados. En comparación con los mamíferos y las aves, los insectos pueden plantear, de acuerdo con los datos hoy disponibles, un riesgo menor de transmisión de infecciones zoonóticas a los humanos.

Obviamente hay en este tema todavía un importante componente social negativo especialmente en el primer mundo: la aprensión del consumidor. Ésta sigue siendo una de las grandes barreras para que los insectos se consideren fuentes viables de proteína. No obstante, la historia demuestra que los modelos de dieta son susceptibles de cambiar rápidamente, especialmente en un mundo globalizado. En este sentido, la rápida aceptación que ha tenido el consumo de pescado crudo en forma de sushi o el avance del crudiveganismo puede constituir dos buenos ejemplos.

Lo de lo que no me cabe duda es de que en el ámbito alimentario los insectos tiene un futuro espectacular a un corto-medio plazo a dos niveles: en su consumo directo (recordemos aquí los pasteles de lombriz roja de California y/o el gran número de nuevas recetas culinarias que están surgiendo y que los tienen como protagonistas principales) y también en su inclusión en los piensos.

Negar esta realidad es imitar al avestruz y poner la cabeza bajo tierra (y recordemos aquella famosa frase de Einstein: la mente es como un paracaídas, sólo funciona cuando se abre).

 

 

Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid
Universidad Alfonso X el Sabio